Enseñar Yoga para mayores ha sido una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido a nivel profesional y personal. He tenido la oportunidad de dar clases de Yoga en Galicia, concretamente en la Ribeira Sacra. Se trata de un paraíso desconocido rural de la provincia de Ourense, incluso para muchos gallegos. Cuando me trasladé a vivir a la aldea, me impactó la belleza de la naturaleza predominante de los alrededores. También me causó una gran impresión la belleza del carácter de las gentes de lo rural. Una belleza impregnada de sabiduría e inocencia y, al mismo tiempo, de una efímera desconfianza hacia el recién llegado, que da entrada a la más absoluta entrega. Jamás imaginé lo que iba a vivir gracias a la enseñanza del Yoga, y la transformación que estaba a punto de suceder en mi manera de enseñarlo y entenderlo.

Dar clases de Yoga en una zona rural puede considerarse una aventura en muchos sentidos. Sin duda, el mayor desafío fue introducir el Yoga en una zona donde era totalmente desconocido, donde nunca nadie había impartido esta maravillosa enseñanza. Fue un trabajo de hormiga el ir creando grupos en muchos de los pueblos de alrededor, presentado el Yoga a ayuntamientos (concellos en Galicia) y asociaciones de todo tipo.

Anécdotas del Yoga rural

Estas presentaciones están llenas de anécdotas. Destacaría una que me hizo sonreír y reflexionar al mismo tiempo. En una presentación a un grupo de mujeres de avanzada edad, una de ellas me preguntó: “¿el Yoga es espiritismo?”. A lo que yo respondí con cara de circunstancias: “¿qué entiende usted por espiritismo?”, pues no sabía muy bien si había confundido la palabra “espiritismo” por “espiritual”. Ella me respondió: “ya sabe, cosas del más allá”. Mi respuesta fue que precisamente el Yoga es un camino para traernos al “más acá” posible, cuanto más, mejor.

Este inocente y, en un primer momento, gracioso comentario, esconde unos matices muy significativos. Por un lado, el gran desconocimiento existente sobre el Yoga, y por otro, las fuertes connotaciones religiosas instauradas en la cultura rural gallega. Fue un punto de reflexión para mí, pues, dependiendo del enfoque que les diera a mis clases, la sutileza de ese “espiritismo” iba a condicionar el éxito o el fracaso de las mismas.

Adaptación de Yoga al entorno

Lo más importante fue adaptar la práctica a cada una de las particularidades y limitaciones de las alumnas. A todo profesor de Yoga le gustaría tener alumnos jóvenes, sin lesiones y que pudieran realizar nuestras propuestas sin riesgos ni limitaciones. Hay que trascender esa barrera mental, puesto que la realidad en las salas de Yoga está muy alejada de ese ideal.

Me encontré un rural gallego donde la mayoría de las personas eran de avanzada edad, algunas octogenarias, con muchas limitaciones físicas (prótesis, problemas de columna, artrosis, artritis y un largo etcétera). Al fin y al cabo, en absoluta armonía con la edad de las alumnas.

Gracias a la formación recibida por parte de la Escuela Internacional de Yoga pude asumir el reto de lanzarme a la enseñanza de un Yoga completamente nuevo para mí, un Yoga para mayores. Realmente fue un reto. Rápidamente comprendí que, si de verdad quería realizar un trabajo profundo y que aportara beneficios significativos a estas maravillosas mujeres, no podía quedarme solo en la parte física. Debía profundizar más y aprovechar todos los recursos de los que dispone el Yoga.

Mejoría tras la práctica de Yoga para mayores

Es cierto que la movilidad articular y los estiramientos eran fundamentales para las alumnas. Poco a poco con la práctica de las clases de Yoga ellas notaban mejorías y alivios en muchas de sus molestias y dolencias. Además era especialmente motivador ver ellas mismas que cada día lo hacían mejor, que podían experimentar cómo avanzaban en la práctica, y se sentían más vitales y enérgicas; clase a clase eran conscientes de sus progresos.

Para mí también era muy importante que en ese Yoga para mayores, ellas aprendieran a relajarse: la gran mayoría no sentían la diferencia entre un músculo activo y relajado. Al principio, ellas acudían a las clases de Yoga para mayores con la idea de que iban a hacer gimnasia, a realizar un ejercicio físico sin más, mostrando cierta resistencia a quedarse tumbadas o sentadas “sin hacer nada”. Era algo nuevo para ellas. Progresivamente fui introduciendo relajaciones cada vez más largas y conscientes, y ellas mismas se sorprendieron de los resultados. Sin duda, la respiración fue la gran aliada para conseguir estos maravillosos resultados en las clases de Yoga para mayores.

yoga para mayores

Familiarizándose con la respiración y la meditación en las clases de Yoga para mayores

Reeducar la respiración de las alumnas fue también un proceso maravilloso, tanto para ellas como para mí. Pusieron toda su atención en observar dónde sentían su respiración, cómo era de profunda, o si podían observarla sin modificarla, gracias a estas clases de Yoga para mayores.

Para muchas resultó ser una auténtica revelación experimentar esa nueva forma de relacionarse con sí mismas. Poco a poco la iban descubriendo al observarse, y sobre todo al sentirse y escucharse. En resumen, al dedicarse atención a sí mismas, aunque fuera por una hora o dos a la semana, y poder desentenderse de sus obligaciones y preocupaciones (muchas de ellas aún cuidaban de los animales, de la huerta y, como no, de hijos y maridos).

Meditación en personas de avanzada edad

Todos estos procesos me sirvieron en bandeja la oportunidad de introducir paulatinamente sencillas técnicas de meditación. Quizá esta fue la barrera más difícil de superar, pues para mis queridas alumnas era algo absolutamente nuevo y desconocido. En las primeras sesiones de este Yoga para mayores les resultaba muy extraño quedarse sentadas sin hacer nada, observando, intentando aquietar la mente cuando, como dicen aquí en Galicia, “a cabeza non para”. Era consciente de la dificultad que la meditación representaba para ellas al observar sus rostros. Algunos reflejaban un gran esfuerzo, con el ceño fruncido; algunas con los ojos abiertos, desconfiando de lo que podían encontrar en su interior si los cerraban, y otras, simplemente a punto de dormirse, dando alguna que otra cabezada.

Lentamente todo se fue colocando en su perfecto lugar. Lo que al principio parecía extraño, se volvió cotidiano, y lo que costaba mucho esfuerzo, dio paso a la suavidad. Por mi parte había encontrado el equilibrio en el método, y por su parte habían comprendido lo que era el Yoga, y que cada uno tenía su propio Yoga.

Reflexiones del Yoga para mayores rural

Muchos son los aprendizajes que he recibido de esta maravillosa experiencia al trabajar con gente mayor. Una de ellas es que el ser humano puede aprender independientemente de la edad, del lugar, de las aptitudes. Lo que realmente cuenta es la actitud frente al aprendizaje. Estas mujeres han tenido la mente abierta, la confianza en ellas mismas, la voluntad de entregarse a aprender, de dar la oportunidad a algo desconocido y nuevo. Esa es la actitud. Para mí, como persona y profesor de Yoga para mayores, han sido todo un ejemplo de constancia y determinación. Lloviera, helara, nevara; daba igual que el inclemente clima gallego no acompañara muchas tardes; ellas no fallaban.

Trabajando con gente mayor también he comprendido que, muchas veces, menos es más y mejor. A menudo, en la sencillez está el verdadero aprendizaje. Como profesores de Hatha Yoga frecuentemente pensamos que ofrecer una clase con muchas âsanas, variantes, pranayamas e instrucciones, en definitiva, demostrando todo lo que sabemos, va a hacer la clase mejor. Pero deberíamos preguntarnos: ¿mejor para quién, para mí o para mis alumnos? A veces la verdadera Consciencia puede saborearse en la simplicidad de una respiración espontánea.

Yoga como elemento de socialización

También pude observar que el sencillo acto de juntarnos a practicar Yoga era una excusa para salir de casa, para reunirse y socializar<. Muchas de ellas vivían en aldeas apartadas, y la clase era la oportunidad para verse, charlar, reír y reunirse, que, al fin y al cabo, es uno de los significados de la palabra Yoga. Era muy habitual celebrar los cumpleaños, y al final de la clase compartíamos dulces, postres y licores elaborados por ellas mismas. Entre risas reconocían: “lo que hemos ganado en la clase ahora lo vamos a perder”. Simplemente estaban escuchando lo que sus cuerpos y sus almas les estaban pidiendo con total naturalidad, aceptando sus propias contradicciones, sin culpa, sin mayor complicación.

Solamente tengo palabras de agradecimiento para todas estas grandes mujeres por todo lo que me han enseñado, por darme la oportunidad de ser su profesor, y de ser también su amigo, pero sobre todo por dar la oportunidad al Yoga, y hacerme ver su grandeza.

Joaquín Castaño
Profesor y Formador de la Escuela Internacional de Yoga
Responsable de la Escuela Internacional de Yoga en Galicia y Baleares