Como profesores o instructores de Yoga, ¿somos los mismos que un día albergamos en nuestra mente la intención de formarnos para transmitir las herramientas que el Yoga ofrece para el cambio? ¿En qué consiste ese cambio que anhelamos? ¿Y qué es en verdad lo que verdaderamente queremos y podemos transmitir? ¿Algo ha sido verdaderamente transformado en nosotros?

Seguramente todos los que nos dedicamos a la enseñanza del Yoga podemos sentirnos diferentes después de un tiempo. Compartir el Yoga, sin duda acelera ese impulso vital que acompaña a cualquier ser humano pero que se torna mucho más presente en quienes eligen como punto de partida un camino de transformación. Sin embargo, aún cuando las experiencias que el Yoga aporta para procurar eso que llamamos crecimiento interior, ayudan a obtener logros evidentes e inmediatos, pocas personas son las que alcanzan objetivos y resultados profundos, cambios importantes que logran dar la vuelta a la propia vida generando también una auténtica movilización en el entorno.

En las reflexiones que muchas veces hacemos en los grupos de profesores de Yoga, subyace cierta inquietud al preguntarnos por la propia capacidad de transmitir algo capaz de generar esa transformación en los demás. Concluimos con mucha decepción, que resulta muy difícil trasladar otra cosa que no sean expectativas, intentos de crear un rato de bienestar o situaciones de calma momentánea durante las sesiones, los talleres o los retiros. A pesar de que un profesor de Yoga siempre tiene la voluntad sincera de facilitar en los otros un movimiento real, en muchas ocasiones es evidente el desánimo por no encontrar una fórmula ideal de llegar a los otros.

Hay que tomar en consideración que el profesor de Yoga no tiene por qué esperar que nadie cambie gracias a él. Tampoco debe preocuparse por el recorrido rápido o lento de nadie en relación a los cambios que espera. Pero el hecho de quedarse anclado en la mera aceptación de los procesos ajenos, aparentemente bloqueados, tampoco es tranquilizante para alguien que ha elegido transmitir un camino que en principio se propone transformar, liberar y despertar. Claro que no. Aceptar por aceptar y enrolarse en las filas de quienes se conforman con el “todo está ya presente” o “todo es perfecto tal cual es”, sin darse cuenta de que para emerger todo eso que ya es perfecto en uno mismo, se necesita voluntad y movimientos tangibles, es poco menos que un reduccionismo que nunca podrá llenar el genuino afán de un buen instructor de Yoga; ese que mira por dar a los demás la oportunidad de comprender e impulsar los valores que, efectivamente viven en cualquier persona, pero que desde luego deben removerse y descubrirse.

Muchos grandes maestros son grandes por haber servido de ejemplo en el empeño de dar; en poner a disposición de los otros una clara intención de transformación.

Los desafíos que el camino espiritual propone a un profesor de Yoga son inmensos. El mayor de ellos es el de no quedarse enredados en el propio. Algo así como no permanecer mirando una y otra vez al propio ombligo, como si nada más existiera que la propia realidad, los propios problemas o el mismo sufrimiento que gira y gira en la mente. Los que han realizado algo importante para la humanidad, influyendo en grupos reducidos o más grandes, no se quedaron solamente mirando hacia dentro sino que desarrollaron la valentía de mirar también hacia fuera.

Es imprescindible ponerse en marcha hacia la propia transformación como primer paso; aquella que reaviva los valores inherentes al impulso evolutivo y, como enseñan los Yamas del Ashtanga Yoga, nos centra en el amor, la honestidad y la autenticidad, para que al mirar hacia el interior de lo que somos, podamos emprender una renovación real, nunca carente de esfuerzo, día a día, en aquello que la vida nos presenta, con plena conciencia y aprendiendo a responder a través de esos potenciales que albergamos escondidos, cerrados y bloqueados. La práctica del Yoga está destinada a despertarlos y liberarlos. Si cada uno de nosotros tomara en consideración que la propia transformación tiene profundas consecuencias más allá de nosotros mismos, quizás podríamos desarrollar una responsabilidad consciente y decisiva que nos condujera a pensar que es justo en esa responsabilidad donde se asientan los pilares de la transformación del mundo e incluso de quienes nos acompañan en las sesiones de Yoga que ofrecemos. Para nada significa que nos pensemos como centros del universo, ni siquiera del universo más inmediato. Simplemente se trata de tomar las riendas definitivas de aquello que requiere una voluntad férrea, personal y consecuente: el propio viaje evolutivo.

En muchas ocasiones, quedarse dando vueltas en el recorrido de los demás, nos aparta del propio. La intención de ayudar a los otros no nos exime de la responsabilidad de ayudarnos a nosotros mismos; enfrentar los desafíos de la vida en cada momento, no nos tendría que situar en el terreno ajeno alimentando la dispersión que nos propone la preocupación por el bienestar de nuestros alumnos, sino en aquel que rescata las cuestiones personales, los miedos, las resistencias, las luchas internas y las expectativas, entre otros. Cuando esta mirada comprometida hacia nosotros mismos, se acompaña de una intención noble y responsable de ayudar a los demás y propiciar los cambios en los que creemos, es indudable que se genera una liberación especial sobre nuestras propias inquietudes y problemas. Es algo que resulta espontáneo y que ocurre por sí solo sin necesidad de forzarlo. No solamente se intensifica y consolida el trabajo personal, sino que nos ofrece un suelo estable sobre el que caminar con libertad. A partir de ahí, es posible vivir con apertura y claridad, la llamada a participar de una evolución consciente para nosotros mismos y para los demás, es posible transmitir y  generar, confiadamente, la transformación que el Yoga nos propone a todos los niveles.

Cuando los profesores de Yoga sentimos necesitar algo más para entregar, solemos instalar en nuestro interior la inquietud de que la propia transformación no basta. Y es así, no basta. Pero es el único terreno estable sobre el que podemos dar los pasos que nos tienen que conducir a un nivel de conciencia más elevado. Muchas veces, en vez de cambiar realmente lo que somos, nos empeñamos en cambiar lo que entregamos, es decir, las técnicas, los enfoques, la estructura, como si intentáramos vestir lo que transmitimos de otro color o con otros estilos. Pero la verdadera transformación llega si tocamos lo esencial, la manera en la que nos abrimos a la realidad, la capacidad de escuchar y ver en la práctica y en la enseñanza, las señales que nos permiten por un lado, emerger los cambios, y por otro, liberar los impedimentos.

Tampoco es suficiente sentir que estamos esforzándonos en procesos complicados, y que eso en sí mismo ya denota que somos seres profundamente entregados. No es suficiente. Las fricciones, el dolor, la incomprensión, son siempre trampolines perfectos para desplegar una nueva mirada hacia nosotros mismos pero necesitamos ponernos en marcha. Voluntad (tapas), auto-indagación (Svadhyaya) y entrega incondicional (Isvara Pranighana) son los tres ingredientes de la Sâdhana de un yogui; implican la acción y la necesidad existencial de evolucionar que son procesos dinámicos e inspiran un modelo de reconversión y renovación permanentes.

La transformación que pretendemos para nuestro entorno o para los practicantes de Yoga que nos acompañan en las clases, nos requiere una implicación hacia dentro y también hacia fuera. Nos reclama un crecimiento esencial; la responsabilidad de moverse hacia un lugar nuevo, más amplio, más espacioso, de mayor claridad y lucidez. Tal vez, el Shiva Nataraj, símbolo del Yoga, sea el reflejo de una movilización implacable, que en sí misma dibuja la serenidad que todos anhelamos.

 

El Lenguaje del Profesor de Yoga: una inspiración en la sala.
Publicado en Yoga Journal nº 98.

Mayte Criado

Directora y Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
Profesora de Hatha Yoga y Meditación