La presencia de la mujer en el Yoga. No hace falta enrolarse en el actual debate sobre el feminismo o el rol de las mujeres en la sociedad o los temas sobre la igualdad, para abrirse paso en el sentimiento de que algo debe cambiar. En el mundo del Yoga, mi mundo, hay una reflexión que sobrevuela por encima de las etiquetas y los debates interesados.

Hace años que muchas mujeres y muchos hombres, practicantes y/o profesores-as de Yoga, hablamos sobre ello e intentamos vivir al compás de una nueva manera de mirar, no solo la historia, que es la que es, sino el presente del Yoga que, alineado con las modas y la deriva de los sistemas sociales, globales y consumistas, pareciera estar perdiendo su capacidad de devolvernos a un contacto mucho más cercano con lo natural, con nosotros mismos y con los demás seres humanos.

Somos conscientes de que en la esencia de sus enseñanzas y de su legado, el Yoga nos ha trasladado siempre un mensaje de paz y armonía basado en un sentimiento primordial cuya máxima expresión se encuentra en el equilibrio entre lo femenino y lo masculino.

La cuestión es que la hegemonía de la sociedad patriarcal, en todos los ámbitos y rincones del planeta, ha elaborado por siglos y sigue elaborando, su especial re-interpretación de dicho equilibrio. Muchas vemos con claro asombro, cómo el Yoga, lejos de liberarse de estas ataduras, se va sometiendo sigilosamente, en pleno siglo XXI, a los objetivos y dictámenes que caracterizan este tipo de sociedades, es decir, aquellos que priman la competitividad, la fuerza, la belleza física, el consumismo, la admiración al hombre-maestro, lo superficial… sistemas que dan al traste con la libertad de mirarnos a nosotros mismos en lo que somos, para relacionarnos con los recursos auténticos basados en el amor y la bondad, y poder abrirnos paso en la vida y en la sociedad.

La formación de Yoga debería haber estado siempre del lado de esta posibilidad, la única que puede favorecer una verdadera transformación de las actitudes machistas y patriarcales. Más bien al contrario, esta posibilidad de aflorar la compasión, la honestidad, la verdad, el equilibrio y el amor incondicional, tendría que haber servido, no solo al ámbito general, muchas veces abstracto, del ser humano, sino a algo más concreto e inmediato: las relaciones de absoluta igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida. El Yoga también tendría que haber estado siempre a disposición de las mujeres, y en vez de cerrarles las puertas, debería haberse empapado de sus vivencias y de su voz. No ha sido así.

Aunque los valores que promulga el camino del Yoga, como cualquier otro sendero espiritual, son válidos para cualquier ser humano, es una verdadera pena que en su historia, y aún hoy día, la mujer se haya visto siempre postergada para primar las referencias masculinas. Yo lo he vivido en primera persona como parte de “lo normal” y aceptando en incontables ocasiones, que por ser mujer, en muchas esferas del Yoga, que es mi vida, he tenido un papel secundario. Y me he visto en situaciones en las que mujeres, habiendo demostrado ser verdaderas maestras, se echaban a un lado para dar paso a algún hombre, quien por el hecho de serlo, se posicionaba en un espacio superior a ellas, disfrutando sin más de una especie de beneplácito implícito, llegado tanto por parte de hombres como de mujeres, y de la comodidad de no tener que demostrar su maestría de inmediato.

Es también parte de la historia del Yoga, el hecho de que mientras las mujeres cocinaban, bordaban, cuidaban a los niños o limpiaban en monasterios y ashrams, los hombres reflexionaban, escribían, debatían y atendían a sus noches oscuras del alma.

En la innumerables historias que el Yoga nos ha donado, muy pocas están basadas en las vidas de mujeres. Son historias de héroes, de guerreros, de maestros iluminados, de renunciantes, de budas, de meditadores hambrientos de conocimiento, todos ejemplos de hombres a seguir. En ellas podemos identificar, con gran amplitud, el papel que durante siglos ha tenido la mujer en el camino yóguico.

Se dice que cualquiera de estas historias, que fundamentalmente priman el valor masculino, son válidas para la mujer; sin embrago son historias en las que dichos buscadores, o mejor dicho, luchadores, son destrozados, recorren montañas, desiertos, afrontan el hambre, la enfermedad, la locura… pero a las mujeres no nos educaron para desarrollar nuestros recursos de supervivencia, usar armas o andar solas por el mundo, las selvas, las cuevas, las altas montañas o los desiertos. Nada de eso; nos educaron para convertirnos en el premio de los guerreros de la luz o para servirlos o para simplemente acompañarlos, incluso para cuidar de su sueño, de sus hijos, de su alimentación, de su tranquilidad, y en algunos linajes concretos, también nuestros cuerpos fueron un medio de iluminación de los hombres yoguis. Así que la mujer tuvo que tirar durante siglos, de potenciales completamente diferentes para desarrollar su camino de realización. Nuestra naturaleza de guerreras estuvo dirigida hacia otros frentes.

Sin acceso al conocimiento sino solo al conocimiento filtrado de padres, maestros, novios, maridos, sacerdotes o jefes, tuvo que crear en su interior, en profundo secreto y silencio, la propia búsqueda y el sentido de su existencia. Un despertar no declarado y no expresado.

Aunque la mujer haya tenido la oportunidad de revelarlo a hijos, alumnos o personas cercanas a su entorno, el contexto cultural y la vigilancia machista, han hecho de las mujeres auténticas expertas en sostener dos mundos interiores: el percibido como una suerte de comprensión honda e intuitiva de la existencia, como contenedora además de un inmenso despliegue amoroso y maternal, y al mismo tiempo, el máximo aval del patriarcado, seguramente para no perderse ni excluirse de su propio sistema social y familiar.

¿Qué hubieran hecho las mujeres en relación a la evolución de la conciencia de haber sabido y podido luchar con las contingencias del mundo?

¿Qué hubieras hecho de haber podido abandonar o prescindir de la familia incluyendo a los hijos?, ¿y de haber tenido el permiso para escribir sobre el mundo interno percibido?

 

Quizás la historia del Yoga haya perdido un tesoro incalculable negando el mundo interior de las mujeres y destruyendo su valor al calor del patriarcado. No es posible reconstruir la historia pero quizás sea posible impulsar el camino del Yoga escuchando y aprendiendo de las mujeres.

La llegada de tantas mujeres al Yoga durante el pasado siglo, supuso el inicio de una cambio imparable y, desde luego algo se ha trastocado. Es innegable que la influencia de la mujer arrastra consigo una suerte de reivindicación de lo femenino. Pero en la sociedad patriarcal, no es cosa de ser hombre o mujer, sino de que tanto unos como otras trabajemos para devolver al mensaje genuino del Yoga, los potenciales que no prescinden de la mujer en la historia, en los libros, en las referencias, en la enseñanza, en las bibliotecas, en el arte, en la transmisión de los legados, en las organizaciones, en los linajes… potenciales que nos igualan en la sociedad y en el camino espiritual, en el amor, en la sensibilidad, en la capacidad de crear y caminar con los mismos derechos y oportunidades.

Por cierto que en las referencias de base del grandioso legado del Yoga, se describen recorridos y búsquedas, que en su mayor parte requieren de años de práctica y dedicación a veces extrema, para descubrir que al fin, la profunda comprensión de la vida y el alcance de un nivel de conciencia medianamente elevado, consisten en saber volver a la vida real, al cotidiano, al presente, al pequeño o gran mundo al cual uno pertenece y donde se centra el contacto con lo simple, lo compasivo y el amor incondicional.

Es decir, historias de “guerreros” que vuelven donde ya estaban las mujeres desde siempre, haciendo del sentido de la vida, sin más remedio, un contacto sagrado con lo más inmediato y banal. En realidad, las mujeres nunca nos hemos movido de ahí.

Nuestro recorrido espiritual –yóguico- siempre ha mantenido un fiel contacto, muchas veces impuesto, con las paredes que diseña la vida diaria; hemos tenido que evolucionar, sufrir, sentir y al fin despertar, solo con lo puesto, sin añadidos de ningún tipo, sin gurús especiales ni desiertos por descubrir, ni cuevas, ni posibilidad de aislamiento, quitando cacas y atendiendo al amor o al sufrimiento de la familia y son suerte, del entorno, del barrio o de nuestra comunidad. Sin más alcance que la vida de cada día en toda su intensidad, con toda su vibración, sin ninguna posibilidad de otra búsqueda o de ningún otro horizonte.

Como alguna vez escuché, la sabiduría de las mujeres habría ahorrado a la historia muchos de los mitos guerreros de buscadores sin arte ni oficio nada más que el desafío a la propia realidad. Les habría ahorrado mucho tiempo de dilucidaciones y laberintos mentales de haber sido expresada, escuchada, escrita, tenida en cuenta en alguna medida.

Así que es claro que la humanidad en su conjunto está apostando por una nueva vía para evitar la autodestrucción: escuchar a las mujeres, permitir su espacio y sentarse junto a ellas para viajar en el mismo tren, en el mismo vagón, en la misma clase, a la misma altura, en el mismo tipo de asiento, en libertad y en armonía. Ya no hay ninguna posibilidad de prescindir de las mujeres en el camino de evolución de la conciencia. Muchos cientos de miles de personas en el mundo, quizás millones, están contactando con la oportunidad de transformación que brinda el Yoga. Porque la humanidad, para salvarse, ya solo puede pretender abrirse a una escucha profunda del corazón para inspirar el devenir de la vida en la sociedad y en el planeta. Por ello mismo, la presencia de las mujeres es indispensable en todos los planos y los sentidos. Y eso, en realidad, estuvo impreso en la esencia del Yoga genuino desde el principio.

 

Mayte Criado

Directora y Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
Profesora de Hatha Yoga y Meditación