Los profesores de Yoga en general dedican mucho tiempo y recursos para abordar conocimientos sobre las posturas, sus componentes anatómicos y biomecánicos, e incluso sobre sus efectos terapéuticos y aquellos que pueden generar un mayor bienestar a sus alumnos. Sin duda, esta es una gran novedad de nuestros tiempos ya que nunca la práctica del Hatha Yoga se había visto tan provista y envuelta en reflexiones metodológicas, estructurales y funcionales de todo tipo. Es magnífico, pero al tiempo está añadiendo al arte de enseñar âsana, un enfoque que tiende a poner relevancia en la consecución de objetivos técnicos perdiendo las referencias que acercan al alumno a la auto indagación como base de una percepción consciente capaz de responder al movimiento o a la posición del cuerpo y sus partes. Esta tendencia prima irremediablemente el reto, la sobreestimulación, la competencia con uno mismo y una manera de conducirse en relación con el cuerpo basada más en los objetivos finales que en el proceso de escucha que al fin, es lo que propicia una verdadera transformación.

¿Cómo un profesor de Yoga da forma a esta predisposición? ¿De qué manera el profesor transmite a sus alumnos la prevalencia de unos objetivos sobre otros?

Para mí, la clave se encuentra en el lenguaje del profesor de Yoga, en las palabras con las que viste sus instrucciones, en el cuidado de los términos que elige para abordar la técnica e inspirar ese “algo más” que un practicante espera de la práctica del Hatha Yoga. Es indudable que el profesor tiene la llave para abrir determinadas puertas en los alumnos a través de sus indicaciones. Bastaría con recordar los principios de Yama y Niyama para reconvertir el lenguaje con el que los profesores se dirigen a sus alumnos, es una herramienta de gran calado evolutivo, capaz de reconvertir la experiencia de la práctica de âsana en un auténtico espacio para el auto descubrimiento y el contacto con uno mismo.

YAMA Y NIYAMA                                      

Son las referencias, que tanto para el Yoga Clásico como para el Hatha Yoga, operan como guías de una vida en la que prima el cultivo de las cualidades opuestas a las causas del sufrimiento, al fin, podría decirse que albergan en sí mismas la esencia de la práctica que el Yoga propone.

¿Yama y Niyama en la práctica de âsana? ¿Yama y Niyama en el lenguaje de un profesor de Yoga, en sus instrucciones, en sus palabras?

Ahima, la no violencia.

“Vamos… vamos… aprentando glúteos, empujando hacia delante y tensando el abdomen!!… vamos!” “Si quieres llegar con las manos a los pies tienes que machacar más… tú puedes!! Y si no puedes… sales de la postura!!” “Tira, tira, tira… con más fuerza… tuerce… retuerce!!”

Llevar a un practicante a conectar con la sensibilidad y el respeto a sí mismo, no es compatible con un lenguaje que cultiva la fuerza o induce a endurecer los patrones que nos conducen en la vida apretando y empujando. Cuando se toma una clase de Yoga, se está trabajando precisamente para salir de las pautas que nos alejan de estas costumbres. Acercarnos a nosotros mismos significa reconocernos en nuestras capacidades, respetarlas y ser alentados en lo que somos y en cada momento, no en lo que quisiéramos llegar a ser.

En la práctica del Hatha Yoga, ahimsa es la sensibilidad y el amor.

Satya, la no falsedad.

“Cuando consigas ejecutar esta postura, podrás abrir tu cuarto chakra” “No puedes porque no quieres…” “Solo aguantando podrás llegar a los pies…”

Comprometer al alumno consigo mismo, no cuadra con un lenguaje que lo aleja de su realidad o le transmite ideas falsas. La veracidad en una instrucción requiere que el profesor cuide sus palabras como parte esencial de su honestidad. Cuando practicamos al lado de un profesor, estamos buscando claridad como fuente de información sobre los efectos que la práctica aporta. Clarificarnos en las sensaciones que recibimos es imprescindible para abordar nuestra propia honestidad.

Asteya, no tomar como propio lo que no nos pertenece.

Este Yama tiene varios enfoques en relación conlas instrucciones que transmite un profesor. El primero tiene que ver con la incitación a los alumnos a “copiar” o a “querer llegar a obtener” determinados modelos de práctica o lo que algún otro practicante puede acometer e incluso lo que algún libro describe. El segundo está relacionado con otorgarse a sí mismo la autoría de frases, instrucciones o formas de impartir una clase, que ha obtenido de fuentes concretas. Honrar las fuentes requiere del cultivo de la humildad, significa estar abiertos a aceptar en lo que somos, aquello que ha formado parte de nuestra historia como profesores. Con las palabras, los profesores también se “adueñan” de los procesos de los alumnos, determinando e imponiendo su visión y forma de conducirse en las posturas y los movimientos.

Brahmacharia, no desperdiciar o malgastar energía.

“Más… más… más… más…”

En las indicaciones del profesor de Yoga muchas veces se encuentran muchos excesos. Obtener equilibrio energético, canalizar la energía y armonizar su flujo, son grandes objetivos del Hatha Yoga, pero una práctica alentada desde la desproporción no solamente malgasta la energía sino que la desperdicia. Frecuentemente, los términos que se utilizan en las indicaciones sugieren a los alumnos que deben llegar más allá del tono vital que son capaces de gestionar en un momento dado. Buscar un Yoga que de “caña” se ha convertido casi en una moda. Incluso el agolpamiento de instrucciones, la información técnica que el alumno recibe, la cantidad de explicaciones y detalles en las instrucciones, suponen en muchos casos un verdadero bombardeo; los alumnos bloquean su energía por falta de fluidez en la asimilación y se agotan sin poder integrar los ritmos y las sugerencias.

Aparigraha, no pretender ninguna realidad diferente.

Estamos muy habituados al “auto castigo” y también al apego a ciertas maneras de ejecutar o de sentir. Cuando no obtenemos las metas que nos hemos fijado o no podemos responder en la práctica de Yoga con el ímpetu que se nos supone, solemos poner de relieve los extremos a los que nos vemos también sometidos cotidianamente. Es una pena que las instrucciones de un profesor de Yoga impulsen esas actitudes en vez de hacer lo posible por liberarnos de ellas. Se opta por un lenguaje en “piloto automático” fomentando por una parte el que los alumnos se aferren a una única posibilidad, siempre la misma, y por otro, se alimenta una visión de torpeza, dureza e incapacidad para avanzar. Pero la práctica de Yoga debería despertar en nuestra mente la generosidad y la bondad con nosotros mismos. El profesor nunca tiene que olvidarlo.

Saucha, la pureza.

Para transmitir indicaciones que generen facilidad y centramiento, no solamente es necesario cuidar las palabras, también la actitud detrás de cada frase; una vivencia que refleja la limpieza de mente y la claridad en la acción del propio profesor. Cuando las instrucciones son enrevesadas, rimbombantes o cargadas de técnica, los alumnos se apegan a lo complejo como quien se refugia en la dispersión, nada más lejano de una auténtica práctica de Yoga que busca siempre la simplicidad, la desnudez y la limpieza.

Santosha, la auto aceptación y el contentamiento.

Nada más genuino en cualquier ser humano que la búsqueda de la paz interior. A cualquier practicante que se le pregunte por su búsqueda a través del Yoga responderá con algún tipo de frase similar. ¿Cómo puede el profesor generar en sus clases algo que inspire al alumno esa quietud, ese sentimiento de permanecer feliz con lo que es? Sus palabras son la clave, sus frases, su manera de aplicar la sensibilidad en lo que dice o argumenta. No existe una herramienta más significativa que las indicaciones que éste ofrece, para incorporar en el alumno la posibilidad de sentir sus posturas mediante una mirada de aceptación y conciencia.

Tapas, la voluntad.

Ni la sensibilidad, ni el respeto, ni la paz interior, ni la compasión con uno mismo son actitudes alejadas de la determinación, la voluntad y la disciplina. Para el profesor, un vocabulario activo, capaz de despertar las capacidades naturales de sus alumnos, tendente a inspirar la voluntad que otorga al alumno su propia presencia en la postura o en el movimiento, es siempre una fuente de claridad y transmite la esencia de la práctica del Hatha Yoga.

Svâdhyaâya, la auto indagación.

Un profesor de Yoga que se aplica a sí mismo, con voluntad y entrega, los procesos de revisión sobre sus tendencias a la hora de impartir una clase, sus patrones adquiridos que se repiten con insistencia, sus manías y también sus tics en la forma de hablar, es desde luego un profesor capaz de transmitir al alumno variadas opciones para que éste explore igualmente en su cuerpo, en su mente, en su manera de responder a las indicaciones y en generar caminos, durante la práctica de âsana, para conocerse a sí mismo.

Isvara Pranidhâna, la entrega profunda al sentido de la vida.

Isvara Pranidhâna sintetiza en su esencia todas las referencias anteriores. Ningún lenguaje que genere dureza, dispersión o que lleve al alumno al colapso, al agotamiento o a la insensibilidad, puede nunca “tocar” lo profundo. Es imposible. Tampoco es posible conectarse con la propia esencia o, como lo queramos llamar, con un sentido espiritual y transformador.

El Lenguaje del Profesor de Yoga: una inspiración en la sala.
Publicado en Yoga Journal nº 95 źródło.

Mayte Criado

Directora y Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
Profesora de Hatha Yoga y Meditación