Cuando un-a profesor-a de Yoga comienza a impartir sus clases, una de sus primeras inquietudes deriva del hecho de poder encontrar la voz ideal para ofrecer instrucciones y, sobre todo, para transmitir la imagen que se ha forjado de sí mismos en relación al modelo de profesor-a que albergan en su mente o que imaginan que los alumnos pueden desear. Es muy común a todos esta preocupación por dar “la talla” para parecer un buen guía o un buen maestro, en especial por sonar suficientemente yóguicos. Tanto es así, que muchas veces nos olvidamos de nosotros mismos, y en vez de buscar la voz de nuestra propia autenticidad, perseguimos parecer lo que no somos o imitar a aquellos a los que admiramos o simplemente nos sonaron alguna vez adecuados para impartir una clase de Yoga.

Ser un buen profesor de Yoga tiene mucho que ver con transmitir. Pero ¿qué es en realidad aquello que nuestra voz transmite y que se ofrece junto a las indicaciones, las sugerencias o las instrucciones que damos en cada clase? ¿Cómo debo sonar? ¿Cuál es el tono de esta fase o de esa otra, cual es el volumen perfecto, cuánto énfasis debo poner? ¿Cómo puedo saber si me oyen los alumnos que se sitúan más atrás?

A veces, este tipo de cuestiones parecen ser resueltas con el uso de palabras más o menos poéticas, más o menos floridas, más o menos escuchadas una y otra vez en las salas de Yoga y en los ambientes ad hoc: “sentir la conexión con la tierra”,“notar la luz del corazón”, “abrirse a la vida”, “proyectarse hacia el cielo”. Son muchos los profesores principiantes que además las envuelven con una voz muy bajita, susurrante, lenta y etérea, más para esconderse detrás que para mostrar algo de sí mismos.

En estos ya 20 años de experiencia formando instructores/profesores de Yoga, he podido constatar el agotamiento que supone ese recorrido inicial hasta encontrar la propia voz y poder ofrecerla tal cual es, en una sesión de Yoga y ante los oídos de los alumnos. También en mi propia vivencia, cuando comencé a impartir mis primeras clases, me sentí más que limitada y cansada por tener que imitar, perseguir una imagen concreta a través del sonido de mi voz y, en definitiva, parecer lo que no soy.

En la formación de un-a buen-a profesor-a de Yoga, que alcanza su esplendor con la experiencia real, hay un momento en el que se dimite de tamaña tropelía. Querer ser lo que uno-a no es o lo que le queda lejos, supone un desgaste que tarde o temprano se abandona. Es ahí, en medio de la realidad del profesor-a, que con su título debajo del brazo y ya impartiendo sus clases, este proceso alcanza su cima para una de dos, o comprender que no se ha elegido la tarea ideal, o bien dar un salto crucial hacia uno mismo y dejarse perder en los abismos de la verdad que uno-a es. Ser uno mismo abre la puerta de la autenticidad. Atravesarla significa encontrar la propia voz, transmitir con el propio sonido, encontrar las palabras, el tono, el brillo, el énfasis o la cadencia adecuados a cada momento de la sesión.

A partir de esa profunda reconexión, las técnicas para impostar la voz son herramientas que solo pueden iluminar lo que ya se presenta con grandeza, lo que di per se es noble y no oculta su profundidad. Así, llegar a ser un-a buen-a profesor-a de Yoga alberga tres componentes imprescindibles: conocer, vivenciar y encontrarse.

Conocer. Conocimientos. Estudio. Comprender que las instrucciones que se transmiten obedecen a una manera de trabajar con el cuerpo y la mente, basada en el respeto, en la no-violencia, en la consecución de posiciones o movimientos interrelacionados que, independientemente del estilo de Yoga que se imparte, obedecen a conocimientos claros y precisos sobre sus efectos y sus posibilidades. Es decir, es necesario el estudio, la profundización, aprender de formadores con experiencia para viajar de su mano en el proceso de aprender y construir.

Vivenciar. Practicar. Vivir aquello que se enseña. Siempre explico a los estudiantes que asisten a la formación de profesores de Yoga que imparto en la Escuela Internacional de Yoga, que es necesario acometer dos tipos de práctica, una que “saborea” lo que los âsana, el pranayama o la meditación deja en uno mismo a todos los niveles, y otra añadida, que permite la reflexión para poder integrar los conocimientos que se están adquiriendo y poder ponerse “en el lugar de” y así entender sus efectos.

Encontrarse. Permitirse ser con lo que uno-a es. Confiar en los propios potenciales. Sean los que sean, son únicos y son los propios. Creo profundamente, que es a través de esa reconexión que los alumnos que llegan a una clase de Yoga obtienen el “algo más” que buscan. Solo tiene un nombre: autenticidad. Es entonces cuando aquello que contemplamos como defectos, aparece ante los demás como una señal de que es posible sonar, hablar, transmitir y conectar desde un lugar en el que solo hay verdad.

Encontrarse deriva en encontrar la propia voz. Se realiza por si mismo.

Algunas de esas herramientas que ayudan a iluminar y a encontrar la propia voz son las que se proponen en base a la confianza y la seguridad.

– Proyectar la voz

Solo es posible si se maneja un buen conocimiento y vivencia de las técnicas que se proponen. Proyectar la propia voz significa confiar en que aquello que decimos puede transmitirse con seguridad y precisión. Para proyectar la voz, todo el cuerpo vive, en ese momento, aquello que se está diciendo. Es entonces cuando la precisión se pone al servicio del desarrollo de la sensibilidad y la conciencia.

Para proyectar el sonido es necesario el movimiento del cuerpo, especialmente de las manos y los brazos, en una especie de acompañamiento sensorial que dirige aquello que se dice, para dar énfasis a las palabras relevantes, o para tomar el ritmo adecuado en cada fase e incluso para obtener el volumen que mejor transmite la instrucción.

– Confianza

La práctica asidua y continua de lo que se enseña es la base sobre la que construir la seguridad. Los practicantes viven una gran experiencia sensorial en una sesión de Yoga; su tono vital, en cada parte de una propuesta –lo dinámico, lo estático, las paradas, la interiorización, la relajación final- es en realidad el sonido de la voz del profesor-a. A través de una voz abierta y fuerte, el profesor-a genera la intención y llama a la puerta de una energía más dinámica en el alumno. Mediante una voz suave e interiorizada, la voz del profesor inspira la lentitud y la energía relajante en el alumno.

Para poder manejar el volumen, la cadencia y el ritmo, el profesor-a debe confiar en si mismo. Tiene que “creer” con todo su ser en lo que transmite, pero paciencia… eso llega en la medida en que caminamos hacia nosotros mismos y nos permitimos ser lo que somos. Todos nos encontramos siempre ahí… caminando.

– Respiración

En todas las técnicas de voz, siempre escuchamos la misma canción: Tener presente la respiración, inhalar después de cada frase, llenarse de aire, darse el tiempo de respirar. Y efectivamente es así. Solo que para un profesor-a de Yoga, además, la respiración cobra una relevancia casi trascendente, pues la mayoría de las instrucciones que va a ofrecer tienen que ver con el hecho de respirar, mejor dicho, con el hecho de permanecer presentes en la respiración.

Quizás sea este el matiz que más puede aportar a un instructor-a de Yoga: Permanecer con plena presencia en la respiración. Dicha presencia aporta sin duda, la conexión con uno-a mismo-a. Es imposible permanecer presentes en la respiración si uno-a no está presente en aquello que transmite, y al contrario, no es posible permanecer conectados si no se está o se es en la propia respiración. Así, es muy posible acoplar al hecho de hablar y decir, una u otra inhalación o exhalación en tal o cual palabra, pero en una clase de Yoga, eso no es suficiente para conectar con la propia autenticidad.

– Libertad y Naturalidad

Cuando la voz que ofrecemos contiene lo que en realidad somos, no hay mayor liberación. Muchas veces, la voz del profesor-a denota sus debilidades, su cansancio, sus dudas. Qué maravilla si esa energía sonora, basada en la naturalidad de la propia verdad, se acompaña de la seguridad en las indicaciones e instrucciones que se están dando en la clase! Ello implica que la autoridad y el rigor, imprescindibles en una clase de Yoga, pueden siempre sumarse a la ternura de sonar con la voz del momento que se abre ante uno mismo sin intentar cambiarlo o hacerlo desaparecer.

Liberar la voz de la culpa, de la inseguridad, del parecer o del demostrar, es uno de los procesos más transformadores que podemos abordar. Forma parte del camino del profesor-a de Yoga.

– La voz sin ego

Esta conciencia de alcanzar el estado de autenticidad, de proyectarlo, de respirarlo, de liberarlo y de encontrar la propia verdad en cada momento, es lo que yo entiendo como las piezas fundamentales del camino yóguico. Para mí, como profesora y formadora de profesores de Yoga, no se trata de alcanzar ningún tipo de perfección idealizada o transmutada. No es querer convertirme en una maestra al uso ni perseguir ninguna suerte de iluminación etérea. Nada más lejos de mi realidad. Más bien es la constante búsqueda de mejorar y encontrar mi propia autenticidad, en cada momento, con la humildad de quien simplemente pretende mirarse para poder compartir, desde lo que es, aquello que le sirve para vivir con conciencia.

 

Mayte Criado

Directora y Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
Profesora de Hatha Yoga y Meditación