Por Mayte Criado (Madâlasâ)

Tal vez todas las cuestiones existenciales que se han planteado desde el inicio de la historia del hombre, tengan como soporte la solución a una pregunta bien concreta y tan básica como extremadamente complicada: ¿Qué es la mente?

Tanto la ciencia como la filosofía han tratado de responder a esta pregunta a lo largo de los siglos sin encontrar, hasta el momento, ninguna explicación concluyente. La psicología occidental ha desarrollado multitud de técnicas, sobre todo en los últimos años, sin obtener más que otras tantas hipótesis, en su mayor parte, productos de la filosofía y la ciencia. La mirada de nuestra comunidad científica hacia Oriente en los últimos 50 años ha propiciado, sin embargo, el surgimiento de nuevas perspectivas basadas en los fundamentos de la psicología oriental que, a su vez, tiene sus orígenes en la tradición yóguica: la experiencia introspectiva.

Es el viaje con la mente hacia la mente, hacia la identidad real del ser; la consciencia prístina y pura que resulta el principal atributo de cada forma de vida.

¿Qué es la mente y dónde está? ¿Qué es la conciencia y dónde está?

A esta pregunta también han respondido las religiones y doctrinas que, históricamente, han fundamentado sus dogmas y postulaciones como creencias y planteamientos sin base científica. (Cuando digo base científica, me refiero a la actitud reflexiva y crítica frente al conocimiento). Han sido las tradiciones místicas y religiosas orientales quienes, a lo largo de la historia del hombre, han desarrollado métodos y formulado teorías sobre el pensamiento y la mente en nombre de ese viaje al interior del ser, a las profundidades de la existencia.

También éstas mismas han evolucionado y se han ido «reconvirtiendo» según el paso del tiempo, las circunstancias históricas e incluso geográficas. En el último siglo, los occidentales nos hemos ido dando cuenta de que algunas corrientes en Oriente, como el Yoga,  han pasado más de 3.000 años indagando y ejercitando la capacidad mental con el objetivo de encontrar su propio origen o, lo que es lo mismo, la esencia del ser, además, claro está, de la tan ansiada  trascendencia.

Las obras más clásicas y antiguas de Yoga evidenciaban ya la necesidad por parte del ser humano de aprender a conocer, dirigir y controlar la mente de manera que dicho conocimiento favoreciera la adquisición de una conciencia libre; lo más objetiva y profunda posible para permitir un acceso «limpio» y desapegado hacia el interior de uno mismo y hacia el resto del mundo. Esta capacidad impediría que la propia mente condicionara de forma indiscriminada la percepción de la realidad imponiéndonos comportamientos constrictivos y dañinos.

Camino de realidad destinado a emprender un viaje a través de la conciencia

El Yoga también ha instruido sobre la mente como fuente de energía: una energía potencialmente infinita a disposición del ser y «almacenada» en el interior de la psique. Una gran parte de esta energía permanecería inutilizada a causa de procesos inhibitorios (como siglos después ha sostenido la psicología occidental) que, poco a poco, van privándonos de fuerza vital, escapando de nuestro control y provocando patologías que, progresivamente, nos arrastran a una vida «vivida» desde la inconsciencia o la semiconsciencia.

Todas las técnicas de Yoga que perduran hasta hoy están encaminadas a impedir los procesos que hacen de la vida de una persona un constante ir y venir de sufrimientos. El estudio de la mente y el manejo de las energías inherentes a ésta y que engloban, a su vez, todos los aspectos del ser humano, es el propósito más importante de la práctica yóguica. Desde el nivel físico más burdo hasta el nivel más sutil o espiritual, el Yoga va desarrollando, dentro de la persona, un camino de realidad destinado a emprender un viaje, sin retorno, a través de la conciencia.

Los escritos védicos ya hablaban de la mente como un potente campo energético que condiciona la vida del hombre según el tipo de impresiones que recibe y el procesamiento que hace de ellas imponiendo un esquema de comportamiento, no solo durante el estado de vigilia sino también en el sueño profundo (Manas).

En el Bhagavad Gita encontramos referencias claras a la necesidad de controlar la mente para que ésta se nutra de impresiones positivas con el fin de evitar que se convierta en nuestro peor enemigo, deformando la realidad. Una mente no educada tiende a ser autodestructiva. Aprender a aceptar y «ver» la realidad sin filtros es otro de los objetivos del Yoga.

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“No hay nada que ocurra fuera que no ocurra dentro”

El paralelismo entre la estructura psíquica individual y universal se ha descrito en los Upanisads: la mente individual (manas) corresponde a la mente cósmica (hiranyagarbha); la inteligencia individual (buddhi) a la inteligencia cósmica (mahat). El cuerpo sería el resultado de la cristalización de nuestros contenidos mentales al igual que el universo, según la literatura upanisádica, sería la cristalización del pensamiento divino. Bajo este prisma encontramos que la energía se transforma en materia y viceversa. Si esto es así, si el ser humano no es más que una representación mínima de algo mucho más grande, si nuestros pensamientos y procesos mentales crean y conforman el mundo a nuestro alrededor y la vida que vivimos, si «no hay nada que ocurra fuera que no ocurra dentro» (Hatha Yoga), entonces la armonización entre microcosmos y macrocosmos sería la base sobre la que fundamentar la propia existencia.

La ciencia también ha planteado estas cuestiones basándonos en los descubrimientos de la llamada «mecánica cuántica«, una teoría física desarrollada a principios del siglo XX que presenta algunos puntos paradójicos: parece ser que en el nivel subatómico, la «materia» pierde sus propiedades «materiales» y se manifiesta como un complejo juego de fuerzas y ondas. Así que la solidez del átomo se ha desvanecido para dejar paso a una especie de juego energético que produce «nubes electrónicas» u «orbitales». La teoría de la relatividad de Einstein demostró que la materia es una forma de energía. La teoría cuántica demuestra su naturaleza «ondulatoria» e impermanente.

Así pues, el átomo puede ser definido como un sistema formado por ondas que contienen energía e «información», lo que hace suponer (en palabras de Fabrizio Coppola) «que la naturaleza revela su propia inteligencia. El estudio de la mente humana puede encontrar respuestas válidas en términos de física fundamental. Por otro lado, llegamos a la conclusión de que alguna explicación física sobre la consciencia debe existir si no queremos separar la mente del resto del universo y caer en concepciones metafísicas»

Proceso del pensamiento y tradiciones yóguicas

Quedan pocos científicos que todavía duden que esta teoría juega un papel determinante en el proceso del pensamiento. Científicos como Bohr, Eddington o Wigner en los años 20 y, más recientemente, Wheeler, Penrose o Capra sostienen la tesis que avala que la mente humana funciona y  reacciona a nivel cuántico (¿energético? ¿vibracional?).

Si la ciencia, de alguna manera, avala lo que el Yoga ha sostenido durante cientos de años, podemos confirmar, desde un punto de vista objetivo, que la mente humana sería capaz de potencialidades inimaginables. Sin duda, la mente es la principal herramienta de conocimiento que tenemos. Con la mente percibimos y nos sentimos. Este es el punto esencial para comprender el acercamiento que algunos sectores de la comunidad científica occidental han propiciado hacia las tradiciones yóguicas al comprobar que el objetivo principal y último de esta práctica milenaria es la conciencia.

El Yoga propone, precisamente, el ejercitamiento, análisis e indagación de la mente para obtener el conocimiento y las pautas que nos permiten la felicidad, la paz interior y la salud; no solamente a través de las herramientas que proporciona el cerebro sino del cuerpo y más concretamente, de las energías que interesan al ser en toda su integridad. Según el Yoga, con las lentes de la psique también percibimos y sentimos el mundo de fuera; y como todos los instrumentos, también la mente puede provocar daños gravísimos cuando se utiliza equivocadamente, sobre todo teniendo en cuenta el rol clave que juega en la experiencia perceptiva.

Es más que lógico llegar a la conclusión de que para ser utilizada de forma correcta, la mente debería primero conocerse con profundidad.

Mayte Criado

Directora y Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga