¿Creemos que es posible cambiar el mundo? Y puestos a responder afirmativamente ¿qué es lo que debe cambiar? y ¿por qué nos parece que el mundo actual carece de valores y perspectiva humana? ¿por qué pensamos que va hacia un apocalipsis anunciado una y otra vez desde diferentes sectores –incluidos por cierto los más “espiritualizados”-? ¿por qué nos aumenta, día a día, la sensación de caos, infelicidad, injusticia y sobre todo, miedo?

Muchos de nosotros estamos implicados en un camino de autodescubrimiento y autorrealización. Pretendemos alcanzar algo de claridad y lucidez en nuestras vidas. Esa claridad puede tener muchos nombres. Tal vez, felicidad o armonía, quizás tiene que ver con el bien y la paz. En cualquier caso, se trata de un estado que facilita el transcurrir de la propia existencia y, sin duda, intenta acoger al mundo tal cual es y tal cual se nos presenta. Pero el mundo “tal cual es” significa muchas cosas. En lo que nos atañe, es decir, en todo aquello que tiene que ver con la conciencia y el espíritu, “el mundo tal cual es” significa también que uno mismo se reconoce en las respuestas que da a lo que le presenta la vida o que es capaz de verse en las limitaciones y condicionantes del propio ego, o como un ser libre y dispuesto a abrirse al movimiento que lo impulsa a evolucionar y a transformarse a si mismo.

Pero los obstáculos que encontramos para alcanzar tal vivencia son, necesariamente, abrumadores. En muchos momentos, nos impiden ese reconocimiento necesario y vital de lo que somos a cada paso y de cómo nos ponemos en contacto con aquello que hacemos. Al fin y al cabo es algo así como reencontrar en lo que hay para nosotros a cada instante (y no en lo que desearíamos que fuera) la luz o la conciencia que nombramos como componente primordial de todo lo existente. Vivir desde ahí ¿cambiaría
nuestra visión del mundo? Y la luz o la conciencia que estamos dispuestos a reconocer ¿siempre tiene que ver con la felicidad, la paz y la armonía?
Estamos muy ocupados por resolver las limitaciones que nos atrapan en la desesperanza.

Cuantas más vueltas damos en los laberintos de nuestra mente, más trasladamos un pesimismo existencial a los órdenes y movimientos que el mundo ofrece de cara al futuro. Convertimos nuestros propios miedos en las catástrofes que observamos fuera como si éstas no tuvieran nada que ver con nuestras conciencias y actitudes. Todos estamos cometiendo un mismo error: tendemos a poner énfasis en las heridas, los anhelos, la infelicidad que nos ocasionan los traumas vividos, el desconocimiento, las suposiciones sobre nuestra propia personalidad o psicología, y damos vueltas y vueltas intentando encontrar las fórmulas que contrarresten tanta
amargura.

Los caminos espirituales se están convirtiendo en modernos campos de trabajo para que unos y otros sigamos “excavando” en las propias miserias, midiéndonos una y otra vez con nosotros mismos, mediante técnicas y prácticas cada día más innovadoras y sofisticadas; una extensión, muchas veces organizada, de los desastres del mundo; espacios más terapéuticos
que evolutivos, donde propiciar alivio unas veces y evasión otras. Pero ¿realmente podemos encontrar en ello algún atisbo de conciencia sobre lo que somos en este momento ante la vida?

La modernidad espiritual resulta ser un tour muy costoso por el revuelto mundo personal, que termina, irremediablemente, en una visión pesimista y reduccionista del mundo “mundial” en el que vivimos. Así que todos terminamos, en el mejor de los casos, proclamando y cantando a los
cuatro vientos, la necesidad de un cambio sustancial del mundo “mundial”, convencidos de que la felicidad y la claridad se hayan o más allá de nuestra piel, o en el soterrado territorio de nuestro pasado herido.

Por supuesto que es necesario curarse, entender, cerrar y volver ligeros
para establecernos en nosotros mismos sin cargas pesadas, pero lo que está sucediendo hoy día en nombre de la espiritualidad, nos deja dando vueltas y vueltas en la vorágine de lo que fuimos, sobre todo en el torbellino del yo.

No todo radica en lo personal. También nuestra cultura nos ha influenciado mucho en este sentido. Vivimos un ambiente de obsesión desmedida por las heridas internas y los miedos almacenados e inconscientes. No es que tengamos que desocuparnos de ellos, por supuesto que no, pero estamos centrando toda nuestra energía en darles un poder que no les corresponde. Hacemos de esta obcecación un trampolín para movernos en la vida, y lo hacemos condicionados por este ejercicio de escrutinio y análisis, suponiendo que, dando toda la atención a ellos, obtendremos la claridad necesaria para sentirnos en paz con nosotros mismos y en armonía con el mundo.

El resultado está a la vista, lo que vemos en el mundo (ese mundo
catastrófico y desnaturalizado) no es más que reflejo de lo único que vemos dentro de nosotros mismos. El pesimismo existencial está servido. Y tristemente, se sirve superpuesto al camino espiritual. ¿Y si fuéramos capaces de desprendernos de esta compulsiva preocupación por resolver
nuestros viejos problemas internos? ¿Y si pudiéramos ver y celebrar que una gran parte de lo que somos en nuestro interior es luz y está libre de los condicionamientos del ego? ¿Y si eso fuera así y el problema es que no lo vemos? ¿Podemos despertar a esta visión evolutiva?

Si consideramos que el Yoga o cualquier otra senda espiritual deben ayudarnos a encontrar claridad y felicidad, no podemos quedarnos enzarzados en ningún tipo de pesimismo autocomplaciente. Necesitamos voluntad de Despertar. Un despertar que el Yoga propone como fuente de entendimiento; darse cuenta de que, fundamentalmente, somos inmensamente luminosos y que “ver”, potenciar y desarrollar esa luz interior nos hace ver el mundo como un lugar lleno de esperanza y optimismo.

El Yoga que yo conozco y reconozco, no habla de un optimismo complaciente, sino de un entusiasmo liberador hecho de compromiso y fortaleza. Un despertar que no solo requiere de buenas actitudes e intenciones, sino de un trabajo decidido, implicado y sintonizado con la luz.

Tal vez pueda esto, como así nos explican los grandes maestros, liberarnos de los viejos traumas, de las heridas y de los bloqueos o las neurosis que nos atrapan y nos dejan inmóviles. Tal vez, pueda resultar una vía efectiva para
generar un movimiento real que incluye el más allá del yo; una realización sintonizada y consciente. A medida que despertamos como seres evolutivos, lo que vemos no lo vemos desde el dolor y la infelicidad sino desde los ojos del corazón y desde la voluntad de ser felices.

Los Profesores de Yoga tenemos la oportunidad de salir del territorio del yo. La tenemos puesto que vivimos en disposición de responder al mundo compartiendo valores que pretenden liberar al mundo precisamente de las ataduras de lo que llamamos “nuestros problemas”. Liberarnos de la
ataduras no es dar la espalda a los problemas ni desentendernos del dolor. Tampoco significa alimentar un optimismo gratuito y superficial (ese que pretende que sonriamos pase lo que pase). Todo lo contrario. Tenemos la oportunidad de descubrir y ayudar a emerger la libertad interior necesaria para vivir los problemas y el dolor permitiendo que la luz y la claridad
atraviesen y perforen sus recovecos. Eso no es ni optimismo ni pesimismo. Eso es conciencia.

El Yoga, en este sentido, nos enseña a encontrar el suelo sobre el cual sostenernos para encontrar la disponibilidad de nuestro corazón para caminar sobre lo que es en cada momento, en la realidad de lo que somos y en lo que la vida nos presenta.

La Voluntad del Profesor de Yoga: el cambio que el mundo necesita.
Publicado en Yoga Journal nº 104.

Mayte Criado

Directora y Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
Profesora de Hatha Yoga y Meditación