Conócete a ti mismo
por Alberto Blanco-Uribe
En él una vez impactante y muy hermoso Templo dedicado al Dios griego Apolo, en la ciudad de Delfos, según cuentan historiadores, arqueólogos, filósofos y poetas, había en su pronaos, vestíbulo o entrada, a la vista de todos los pasantes, un aforismo traducido al español en su versión completa como “Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses”, y simplificado por tan solo “Conócete a ti mismo”.
Los estudiosos no se han puesto de acuerdo acerca de la autoría de tan nutritivo mensaje, que ha sido atribuido indistintamente a grandes de las plumas y las ideas de la época, en la antigua Grecia, como Sócrates, Heráclito, Pitágoras, Tales de Mileto y otros, aunque al parecer hay un relativo consenso hacía reconocer semejante genialidad a Sócrates. Platón en sus Diálogos hace testimonio de la existencia de tal bienvenida.
Muchas son las aproximaciones desde las cuales podemos encarar el análisis de esta frase, desde la filosofía, la autoayuda, la psicología, la espiritualidad, la mitología, la historia, etc.
En esta oportunidad me propongo no solamente revisar su significado posible, sino también observar su para nada casual o accidental ubicación. Y con ello no aludo simplemente al hecho de estar colocado este aforismo en un punto visible de la ciudad, para pasantes y visitantes, sino a la circunstancia de estar precisamente en el Templo de Apolo.
Debemos entonces recordar que el Dios Apolo, hijo de Zeus, era considerado el más poderoso de los dioses olímpicos, después de su padre. Protegía desde el cielo, siendo nada menos que el Dios del Sol, y también de la salud, del equilibrio, de la belleza… Ciertamente, algunas fuentes afirman que el Dios del Sol era el dios titan Helios, pero todos concuerdan en que Apolo era el Dios de la Luz y también de la salud, del equilibrio, de la belleza…
Y es por esto que resulta tan revelador este aforismo, pues induce a percatarse de que la luz verdadera, no aquella que el hinduismo incluye en su concepto de Maya o ilusión, el mundo de lo incierto, la que se percibe con los ojos físicos, sino aquella luz que se encuentra dentro del Alma o Atman, o al menos dentro del ser, en su interior inmanente, para cuya visualización es fundamental cerrar los ojos físicos y buscar dentro de sí, concentrados en el tercer ojo u ojo espiritual o energético, ubicado en el entrecejo, y coincidente con el sexto chakra oriental, Ajna Chakra.
Se trata de la luz a la que aludimos y agradecemos en la bendición del saludo sánscrito Namasté, que quiere decir: “La luz que hay en mí reconoce y saluda la luz que hay en ti”.
En consecuencia, el Dios Apolo recordaba a las personas que la luz real, aquella a la que nos debemos, de la que provenimos y a la que habremos de llegar, acorde con las leyes del Karma, no está en el cielo (el sol), ni en otra dimensión, sino en nuestro interior.
Y con esa luz que simboliza la apertura de conciencia, el despertar espiritual, se ilumina nuestro camino hacia la sabiduría, lo que nos permite entonces efectivamente conocer al universo, a “los dioses”, al Absoluto Universal.
La luz está en nosotros y desde la perspectiva energética, no solamente bien estudiada por las filosofías orientales, sino también por la moderna física cuántica, todos formamos parte de esa energía maravillosa que desde la gran explosión originaria o creadora conocida como el “Big Bang”, donde se escuchó por primera vez la voz o sonido primigenio “Om”, vino a esconderse
en cada uno de nosotros, esperando a ser encontrada, es decir, a que descubramos nuestra verdadera naturaleza, nuestra esencia espiritual.
Muchos son los caminos que podemos emprender al objeto de llegar a ese objetivo, particularmente cuando nos damos cuenta de lo efímero e insignificante de lo material, y añoramos reencontrar nuestra grandeza y, con ella, la felicidad, como ausencia de sufrimiento, y la serenidad o estado profundo de calma.
Uno de ellos es sin lugar a duda particularmente efectivo, y no es otro que la meditación (Dhiana), paso séptimo en el Ashtanga Yoga en los Yogas Sutras de Patanjali.
Utilizando un ejemplo muy difundido, si quieres ver el fondo del lago, donde se encuentra la verdad, es menester que las aguas se aquieten, pues mientras haya el caos, la turbulencia de las aguas, el fango, etc., no nos dejarán percibir el ansiado fondo. Turbulencia y fango que representan los acosantes va y venes de nuestros alocados constantes pensamientos, como también nuestras confusas y aguerridas emociones.
En otro sabido ejemplo, si te has propuesto percibir el cielo azul, insiste con decidida intención (Sankalpa), y no te dejes distraer por las nubes cuya aparición no puedes controlar, por oscuras y gruesas que sean, tu atención profunda centrada en ese cielo azul que siempre existe no obstante las circunstancias.
Toma unos minutos cada día, no tienen que ser muchos, cinco o incluso tres está bien para empezar, y disponte, quizás con la ayuda de una música relajante y una postura cómoda con la espalda derecha, a regresar a tu calma originaria, a tu ser trascendente, y comenzarás no solo a ver, sino a sentir la paz que la luz interna concede a quienes la buscan.
Y eso sí, actúa desde el amor compasivo (Karuna) contigo mismo, es decir, si vienen pensamientos y emociones, que de seguro vendrán, no te frustres, solo sonríe y regresa a tu meditación, concentrado en aquella música, tu postura de espalda derecha y tu respiración pausada y profunda. Y agradeciendo el haberte percatado de la distracción.
De pronto el universo y los dioses te serán familiares. E incluso observarás simultáneamente como la salud, el equilibrio y la belleza pasan a ser parte de ti. Y no será la razón, sino la intuición, lo que te lo hará percibir y disfrutar.
Finalmente, no obstante que el vocabulario usado en este artículo, aunado a mi condición de profesor de yoga, pudiese hacer ver que sugiero que se use la técnica de meditación del yoga, aclaro que cualquier forma de meditación es a estos fines bienvenidos, la del yoga, la Zen, la original, la de plena consciencia, etc., todas.
Una vez más apreciamos la maravillosa coincidencia de esencia entre la filosofía e incluso la ciencia occidental y las filosofías orientales.