Vocación del Profesor de Yoga… Con la palabra vocación no solamente estoy hablando de una profesión más o menos cualificada, la del profesor/a o instructor/a de Yoga, sino de una labor llena de significado que responde a las inquietudes existenciales de una persona y que además, atiende a una llamada especial de la vida ante la que cobra sentido hablar de pasión y responsabilidad. Si algo se mueve en la vida de un profesor/a de Yoga, en su camino de autorrealización, seguramente tiene que ver con estar presente ante sí mismo y ante sus estudiantes, y también con responder a los instantes que presenta lo cotidiano con la dignidad de quien espera de la simplicidad una posibilidad para aflorar lo sagrado. Porque un profesor/a de Yoga tiene siempre la oportunidad de convertir cualquier situación en un espacio para el reencuentro y la mirada profunda.

La vocación genera y alimenta un estado de percepción de la vida que nos señala una manera de vivir con intención de vivir.

Nada representa mejor la vocación de una profesor/a de Yoga que su afán por convertir cualquier lugar inhóspito -el salón de un ayuntamiento, la sala que sobra en un mega gimnasio lleno de ruido, el sótano polvoriento de una comunidad de vecinos, las tristes habitaciones de un hospital o de una residencia, el pequeño salón de su propia casa-, en un ashram respetable en el cual invocar el silencio y todo ese legado milenario que lo acompaña cada vez que saluda a sus alumnos y los invita a respirar por primera vez en una sesión. En mis inicios, experimenté no pocas veces, esos momentos en los que se dejan los zapatos a las puertas de algún sitio inapropiado, rajâsico e inoportuno, como una ocasión de gran agradecimiento a mis alumnos, compañeros del viaje de mi vocación, por ser ellos quienes cruzaban la puerta pisando el suelo con la grandeza de su humanidad, con la conciencia de los que entran en un terreno sagrado para saborear alguna otra dimensión de sí mismos.

No conozco instructores/as, profesores/as ni maestros/as, que consideren la práctica del Yoga como algo separado de sus propias vidas. Tampoco he sabido nunca de personas que hayan tomado el Yoga como una mera forma de diversificar los quehaceres diarios. Sé sin embargo, de mucha gente que accede al Yoga por motivos disparatados o de moda, personas que entienden que el Yoga puede vestirlos de modernidad o hacerlos aparecer más vistosos. En realidad, el hecho de vivir el Yoga de una u otra forma es prácticamente irrelevante en cuanto a los procesos humanos que cada uno vive. Lo que irremediablemente nos mueve a todos es la intención consciente de vivir con plenitud la propia vida. Es esa intención la que abre el corazón del profesor/a de Yoga y la que se infiltra en las señales luminosas que despejan el camino de una verdadera vocación. El Yoga que se vive sin la intención de vivir la vida con conciencia, es un Yoga que no revierte en los demás más de lo que lo hace cualquier otro oficio al uso.

Cuando una persona siente que el Yoga ha de convertirse en su referencia existencial, no solamente está eligiendo un medio de subsistencia y una profesión respetable y maravillosa, sino un modo de desenvolverse ante sí mismo, un compromiso con los valores que el Yoga propone – Yama y Niyama-, un esfuerzo por prepararse y formarse para dar a los demás los frutos, no solo de sus propios anhelos sino de sus conocimientos y experiencia. El instructor/a de Yoga también ha de perfilar sus habilidades para la enseñanza y dejar que un buen maestro/a le ayude a hacer emerger otras para poder realizar sus objetivos. El compromiso personal, inherente a la vocación, logra que la mente se ponga en disposición natural de acometer con voluntad, cualquier dirección. He tenido la gran fortuna de formar como profesores de Yoga a muchas personas durante muchos años; hoy día, gran cantidad de ellos son profesores en muchos centros de Yoga, algunos han abierto los suyos propios, e incluso otros tantos se han convertido ellos mismos en formadores de otros profesores. He participado de su crecimiento en este sentido y siento que con ello formo parte para siempre de sus trayectorias y del legado que ellos mismos entregan a cada paso. Esta vivencia de caminar juntos durante un espacio de tiempo más o menos largo, me ha servido para percibir que el compromiso es el valor más presente para lograr todo aquello que una persona despliega en el proceso que debe de cumplir para llegar a ser un buen profesor/a de Yoga.

Ninguna situación honra con tanta profundidad la ambigüedad del presente, las dificultades a las que se enfrenta el profe de Yoga de nuestros días -ese que responde a los WhatsApp’s, a los emails, que atiende a las redes sociales para encontrar estudiantes o expresar su experiencia, aquel que pasa su tiempo de un centro a otro, el que se carga de clases para llegar a fin de mes o dar salida a sus inquietudes, ese que cruza la ciudad y llega tarde por los pelos a la siguiente sesión-, nada como esas señales del interior destinadas a cultivar la confianza en poder ofrecer a los demás algo sencillamente bueno. Cuanta más confianza, más motivación, más compromiso, más dirección, más transparencia.

Los âsana, no son solo posturas, los vinyâsa no son solo movimientos, las técnicas de prânâyâma no sirven únicamente para reducir el estrés, la meditación no es simplemente una manera de desconectar. Cuando los instructores-as se disponen a comenzar una clase de Yoga, su motivación y su compromiso, es decir, su vocación, genera una conexión inmediata con ese “algo más” que proponen las técnicas.

Vivimos momentos llenos de confusión, distracciones y estímulos que nos desvían, casi constantemente, de nosotros mismos y de aquello que cada momento nos presenta la vida en forma de realidad, pero al mismo tiempo, yo siento que precisamente por la motivación y la confianza que desarrollamos para la realización de nuestra vocación como profesores-as de Yoga, el destino dibuja para nosotros un mandala inconfundible en el que el espíritu humano es el punto central; una suerte de conexión entre todos, profesores y alumnos, maestros y discípulos, compañeros y desconocidos, tradición y evolución, legado y creatividad, todos y todo está presente cuando alguien comienza su sâdhana, como si un momento efímero celebrara la eternidad. Cuando se ofrece una sesión de Yoga, se está creando un vínculo de unidad perenne, se está abriendo la puerta de la claridad sobre lo que somos. La práctica o la disciplina, el esfuerzo, el trabajo para hacer emerger nuestros potenciales genuinos, se ponen al servicio de la claridad necesaria para poder alinear nuestras acciones con nuestros propios valores. Esta es la única vía para perfilar un estilo de vida único; aquel que nos sitúa en la autenticidad y en la vivencia plena de la existencia.

CLARIDAD E INTEGRIDAD

La vocación del profesor/a de Yoga, es decir, el deseo de compartir con los demás los propios descubrimientos que le Yoga ha propiciado, es el pilar que sostiene la capacidad de avanzar hacia los objetivos que tenemos en la vida. Compartir y enseñar Yoga requieren de una disposición abierta hacia la claridad. No se trata de perfección ni tampoco de ningún tipo de actitud etérea. La claridad significa revelar quienes somos, tomar conciencia de nosotros mismos, aflorar nuestros valores e ideales de vida y actuar en consecuencia. Podemos comenzar respondiendo honestamente a algunas cuestiones importantes: ¿de qué manera puedo traer al mundo que me rodea mi experiencia con el Yoga? ¿Qué es exactamente lo que pretendo compartir? ¿qué he descubierto de mí misma que puedo poner a disposición de los demás? ¿qué herramientas me entrega el Yoga para poder expresar mis objetivos de vida, en relación a mi cuerpo, a mis emociones, a mi mente, a mi energía? ¿Las conozco? ¿Por qué elijo convertirme en Profe de Yoga?

Todos tenemos ideas muy bien ancladas sobre lo que hacemos y pensamos así como sobre cómo lo hacemos y qué hacemos, pero no se trata de esto. No es lo o cómo o el qué hacemos lo que genera el impulso que nos lleva a comprometernos con un camino y a actuar en consecuencia, sino más bien el por qué. Encontrar el por qué, dar un sentido real a nuestra vida. Cuando responde al por qué la vocación del profesor/a de Yoga, hecha – como cualquier otra vocación- de motivación, confianza, esfuerzo y claridad, lo que alcanza a compartir y a entregar a los demás siempre lleva el sello de la integridad, una especie de excelencia virginal capaz de transmitir a través de lo que ofrece, ese “algo más” que un practicante espera de una sesión de Yoga, aquello que no ha sido tocado o percibido con anterioridad. No hace falta que el propio instructor sea ni tan siquiera consciente de lo que genera, pues lo hace por sí mismo, sin la intención de salvaguardar nada excepto su propio encuentro con aquello que es. Así se expresa ese potente vínculo con la motivación más profunda. Así es la vocación de un profesor/a de Yoga. Así son las señales que reflejan su mundo interior cuando éste influencia sus indicaciones, su propuesta, el cuidado con el que se prepara para sus clases o el esfuerzo que realiza para compartir lo que el Yoga ha llevado hasta sus manos y su corazón.

La vocación del Profesor de Yoga: Las señales de su vida interior.
Publicado en Yoga Journal nº 96.

Mayte Criado

Directora y Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
Profesora de Hatha Yoga y Meditación