YOGA COMO RECETA MÉDICA ante dolencias y trastornos
por Mayte Criado

Es muy común en la experiencia del profesorado de Yoga, recibir a personas que notifican ser enviadas por un médico para tomar clases y emprender lo que les ha sido sugerido, o recetado, como una práctica que se estima con suficiente solvencia para ayudar a paliar los efectos de alguna enfermedad o los síntomas de dolencias comunes y no tan comunes. Desde la fibromialgia o la ansiedad hasta un cáncer, un epoc o alguna enfermedad neurodegenerativa, son situaciones susceptibles de ser aliviadas y complementadas con la práctica del yoga según muchos especialistas.

A lo largo de los más de treinta años de experiencia como profesora de Yoga, he recibido a multitud de estudiantes cuyos objetivos inmediatos consistían en aliviar su sufrimiento físico, el del cuerpo. Muchos de ellos llegaban por consejo médico. Yo misma he superado un proceso grave de enfermedad ayudándome con mi práctica de yoga y meditación y concluyendo que gracias a ella pude al menos transitar dicha situación con bastante sosiego. Conozco a dos buenas amigas que han superado respectivamente dos cánceres de los llamados terminales y reconocen haberse ayudado con técnicas de âsana, pranayama y meditación para paliar los efectos de la quimioterapia y para, según sus palabras, superar la enfermedad. Además, como profesora de Yoga Restaurativo, he recibido a estudiantes con dolencias y enfermedades graves para quienes el yoga y la meditación han supuesto un cambio radical y una mejora evidente. No tengo datos sobre ello ni tampoco interés en recabarlos, pero reconozco que algo hay en las aportaciones de esta práctica milenaria que podría definirse con capacidad sanadora.

Pero ¿qué idea tiene el médico o el profesional sanitario del yoga que está prescribiendo? ¿son practicantes de algún tipo de yoga? ¿saben acerca de los diferentes caminos, grupos, estilos, propuestas o creencias que pueden llegarse a identificar como yoga?

Hablar del yoga como complemento a la medicina tradicional o como un medio que puede funcionar para reducir la presión arterial, mitigar las cefaleas, paliar el dolor de espalda, recobrar la respiración natural, frenar la espasticidad, ayudar a personas con fibromialgia o atenuar los efectos secundarios de determinados tratamientos médicos, es cuanto menos osado. Sobre todo, porque no hay datos, y en un momento como el que vivimos en el que cualquier conclusión sobre cualquier cosa (en especial con lo que tiene que ver con la parte trascendente del ser humano de la que también se ocupa el yoga) debe demostrarse científicamente, decir que el yoga puede encontrar un lugar en las aportaciones médicas es casi un disparate. Cuando hablo de yoga incluyo todo lo que abarca el yoga.

Para empezar, los estudios científicos o los ensayos clínicos que existen, nunca describen exactamente la propuesta concreta que se ha hecho. Hablan de yoga como si el yoga fuera el mismo para todos y claro que no es así. Incluso hay estudios sobre yoga terapéutico y/o restaurativo en los que resulta imposible saber el tipo de propuestas que se han hecho y si de lo que hablan tiene algo que ver con lo que, por ejemplo, yo enseño y ofrezco. Conozco escuelas y profesorado con quienes nunca recomendaría practicar. Si ya la práctica de yoga tiene riesgos o efectos perjudiciales en muchos casos concretos, en especial cuando existe diversidad funcional o patologías y dolencias, imaginémonos lo que puede llegar a ocurrir si además se practica con profesorado sin preparación. No quiero ni pensarlo. En este sentido podemos pensar que entre lo que imagina el médico que aconseja practicar yoga a su paciente y la experiencia real del paciente que se inscribe cerca de su domicilio o donde alguien le aconseja, hay un mundo de posibilidades de las que resulta muy difícil tomar datos fiables.

Además, habría que analizar si las aportaciones del yoga son del yoga, sea quien sea quien lo comparte, o sus efectos tienen algo que ver con el profesorado concreto que lo imparte y otras variantes presentes en una sesión de yoga, como la conexión o los valores que allí se fomentan.

En mis primeros años como profesora, fui interpelada para compartir la práctica del yoga con grupos de personas con esclerosis múltiple en una fundación. Dada mi inexperiencia, investigué y estudié mucho sobre el tema para poder prepararme y estar a la altura de lo que para mí representó un gran reto vital y profesional. En mi búsqueda de referencias sobre yoga para la esclerosis múltiple, solo pude encontrar la descripción de alguien cuya propuesta consistía en el canto de mantras y visualizaciones. No era para nada el tipo de propuesta que yo estaba imaginando aportarles, ni mucho menos sentí que fuera lo que su situación necesitaba.

Pensé que quizás me ayudaría saber algo sobre la perspectiva de quienes habían decidido en esa fundación, ofrecer clases de yoga a sus pacientes. Decidí que sería un buen punto de partida poder adaptar mis ideas a sus expectativas, así que pedí una charla y me la concedieron. Puedo resumir en pocas palabras la conclusión que saqué: solo necesitaban del yoga la parte que les pudiera hacer albergar alguna esperanza, aquella que la medicina no podía ofrecerles. Un poco de respiración, un poco de movimiento y un poco de acompañamiento para relajarse en esa especie de desahucio que se intuía en el aire. Quedé desolada, no sólo por la situación en sí misma sino por la idea que aquellos profesionales médicos tenían del yoga. Les hubiera servido igualmente que los pusiera a cantar o a dibujar.

Por supuesto no me conduje para nada con su guía ni tampoco permití que el yoga se convirtiera en un entretenimiento. Me propuse ofrecer un trabajo profundo que, con el tiempo, sirvió para que muchas de aquellas personas obtuvieran herramientas prácticas y reales que les sirvieron en su vida cotidiana. Pautas y nuevos patrones llenos de conciencia que facilitaron la vivencia de su enfermedad, aliviaron los efectos de la espasticidad y los brotes, y alimentaron al mismo tiempo su espíritu. Claro que también hubo algunas personas que apenas obtuvieron resultados ni se beneficiaron de mis sesiones.

Este ejemplo, que atañe a mi persona, sugiere que las mejoras que pude observar gracias a la práctica del yoga que ofrecí a ese colectivo en particular, pudieron deberse a varios factores de muy compleja medición. Se trata de datos que no he encontrado en los estudios científicos publicados sobre yoga que he leído. Por un lado, mi propia forma de transmitir no solo la técnica en sí misma, sino el lenguaje utilizado para ponerla en práctica. Tanto la una como lo otro, están directamente conectados a mi preparación y a mi persona. Nada de lo que les propuse venía de ninguna escuela ni de ninguna enseñanza concreta que yo hubiera recibido al respecto. Más bien fue una mezcla de mis propias ideas, mis recursos personales y/o profesionales y sin duda, mi forma particular de vivenciar el yoga. Tampoco puedo saber si la voluntad de aquellos practicantes y su afán por obtener resultados a través de su expectativa de yoga, pudieran haber condicionado positivamente su experiencia. Y también existen otros elementos de difícil medición como las creencias o los valores de referencia tanto míos, en mi papel de profesora de yoga que lanza explicaciones y proporciona un ambiente de conexión, intimidad y profundización, como de los pacientes que se disponen a abrirse o a rechazar tales sugerencias.

Cuando un médico prescribe yoga no puede saber lo que el paciente va a encontrar. Sin embargo, sí puede poner en valor su intuición y su experiencia directa. Lo que esto demuestra es que la medicina está abriéndose cada día más, a contemplar al ser humano como un todo que funciona interconectado, no como una enfermedad o una entidad rota, separada de sí misma y susceptible de ser medida con criterios únicamente científicos. Creo que, por eso, el yoga es uno de los complementos más prescritos por los médicos. Es un hecho.