Meditación: Más Allá de una Moda
por Eva Vales
En los últimos años, la meditación ha pasado de ser una práctica espiritual milenaria a ocupar un lugar protagonista en redes sociales, aplicaciones móviles, campañas de bienestar, fotos en Instagram, retiros de fin de semana, convirtiéndose en una tendencia del momento.
La creciente popularidad de la meditación en Occidente ha traído beneficios, como mayor acceso y conocimiento acerca de lo que es. Sin embargo, también ha dado lugar a una industria del bienestar que, en ocasiones, trivializa su profundidad. Apps con suscripciones premium, influencers espirituales con discursos vacíos y retiros de lujo prometen paz interior en formato exprés.
Esta mercantilización corre el riesgo de convertir una práctica transformadora en un accesorio más del estilo de vida «zen chic», despojándola de su contexto filosófico y cultural.
En este boom moderno, es fundamental recordar que la meditación no nació en occidente ni en los talleres de autoayuda. Proviene de culturas y tradiciones milenarias que la desarrollaron con un profundo sentido espiritual y ético.
Practicar con respeto implica reconocer ese origen, evitar la apropiación cultural y estar dispuestos a aprender con humildad. Meditar no solo es una técnica, es una actitud ante la vida.
Nos dejamos llevar por lo que aparentemente nos va a llenar el vacío existencial que tenemos y no pensamos por nosotros mismos, caminamos siempre en la superficie, en lo externo dejándonos llevar y sin hacer nuestras propias reflexiones y eso no nos hace ser libres, seguimos en la misma rueda eso sí, meditamos.
Podemos empezar a responder a alguna pregunta sencilla como:
¿Qué me aporta la meditación?
¿Por qué la quiero incluir en mi vida?
¿Es necesario meditar todos los días?
¿Solo con meditar ya me siento mejor?
O también podemos sincerarnos con nosotros mismos:
No soy capaz de sentarme a escuchar mis ruidos.
Me duele todo el cuerpo en esa postura de meditación.
Aunque medite, sigo sintiéndome mal y además no consigo mejorar como soy.
Podemos también romper alguna idea preconcebida:
Si no tengo un espacio especial perfectamente preparado no puedo meditar.
Necesito tener un cojín especial.
Mi ropa para la meditación tiene que ser de un color determinado o de una composición lo más natural posible.
Lejos del cliché de «poner la mente en blanco», meditar implica observar lo que sucede dentro de nosotros: pensamientos, emociones, sensaciones. Es un ejercicio de presencia.
A diferencia de una píldora o un video motivacional, meditar no ofrece resultados inmediatos. Es una práctica a largo plazo que nos entrena para observarnos con mayor claridad. Con el tiempo, sus efectos trascienden lo psicológico para tocar lo espiritual: una transformación más sutil pero duradera.
No se trata de «sentirse bien» todo el tiempo, sino de desarrollar una relación más honesta con uno mismo y con la vida.
No necesitas un templo ni un cojín caro. Meditar es tan accesible como cerrar los ojos por un minuto y conectar con la respiración.
Uno de los aspectos más poderosos de la meditación es que funciona como un espejo: nos muestra quiénes somos cuando no estamos distraídos. Puede ser incómodo al principio, pero también liberador.
A través de la atención plena, aprendemos a relacionarnos con nuestras emociones sin reprimirlas ni identificarnos con ellas. Cultivamos la aceptación, la paciencia y la compasión, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás.
La meditación puede ser mucho más que una moda si nos abrimos a ella con sinceridad. No es un remedio mágico ni un accesorio cool, sino una práctica viva que nos invita a volver a lo esencial: al momento presente, a nuestra verdadera naturaleza.
Tal vez, en un mundo que corre sin pausa, detenerse unos minutos cada día sea uno de los actos más revolucionarios que nos harán libres, pensando desde nosotros mismos y acercándonos a la verdadera realidad, sin engaños en PAZ.
En la sencillez y belleza está la verdad.