El Yoga como práctica de Resiliencia
por Ana Ferrer
Una constante en la vida es la impermanencia, todo cambia, las estaciones, la salud, las circunstancias personales, laborales, etc, y dentro de este cambio constante nos movemos los seres humanos, con mayor o menor fluidez, intentando “no rompernos”. Y en este punto, a muchos de nosotros/as el Yoga se nos presenta como una herramienta especialmente idónea para acompañarnos más allá de la mera práctica física, como un espacio en el que podemos reencontrarnos con nuestro Ser, un lugar seguro desde el que poder sostenernos, como dice Pema Chödrön, “cuando todo se derrumba”.
La resiliencia, en este contexto, podríamos entenderla como la capacidad de atravesar momentos difíciles, recuperarnos e incluso crecer ante las adversidades. Sin embargo, esto no significa que tengamos que tratar de estar todo el tiempo bien o negar lo que nos duele, sino ir cultivando una actitud de fortaleza flexible, como el bambú, que se dobla con el viento, pero no se rompe. Y el Yoga, en sus distintos estilos, nos invita precisamente a cultivar este tipo de fortaleza, nos ayuda a vivir con más presencia y conexión con nuestra realidad, tal y como es.
Cada postura, cada âsana, no solo fortalece nuestro cuerpo físico, sino que también simboliza el equilibrio entre la fortaleza y la flexibilidad a la que aludía al referirme al bambú. Y en este sentido, la resiliencia se va construyendo cuando vamos aprendiendo a adaptarnos a lo que es, aceptando lo que no podemos cambiar y trabajando en las cosas que sí podemos cambiar. Y de esta manera, el Yoga se convierte en una metáfora viva de lo que significa la resiliencia, mientras el cuerpo se estira, se contrae, permanece en las posturas, etc, la mente se va entrenando para enfrentar los altibajos de la vida con una mayor serenidad. Así, la esterilla se convierte en un lugar donde nos entrenamos, una y otra vez, para llevar la mirada hacia nuestro interior y poder observarnos con amabilidad, reconociendo cómo se encuentra nuestro cuerpo hoy, qué emociones emergen con el movimiento, cómo está mi respiración en este momento en concreto. Y esta observación, sin juicio, es una práctica de atención plena que va entrenando nuestra capacidad de responder de una manera más consciente ante la vida, suavizando nuestra reactividad hacia las cosas que pasan y que no podemos controlar.
Cuando sufrimos una pérdida o pasamos por una experiencia difícil, el cuerpo muestra lo que a veces el alma no puede expresar y así, por ejemplo, podemos sentir cómo el cuerpo se contrae ante el dolor, podemos percibir la tensión que se acumula en los hombros, en el cuello, el estómago encogido, la respiración superficial e incluso un cansancio denso del que no podemos recuperarnos ni durmiendo. Ante todo este “panorama”, el Yoga nos ofrece un espacio sanador, que para mí resulta esencial, para reconectar con este cuerpo que está sufriendo en silencio, sin forzarlo, simplemente ofreciéndonos ese espacio para poder parar, para darnos lo que nuestro cuerpo y nuestra alma necesitan en este momento. Unos días será simplemente quedarnos tumbados/as en el suelo en savâsana, para que el soporte del suelo relaje nuestro sistema nervioso, otros días puede pedirnos que realicemos sueves movimientos rítmicos para ayudarnos a liberar emociones que tenemos dentro y que no hemos dejado salir. A través de esta escucha honesta y libre de juicio, le podemos regalar a nuestros cuerpos un espacio para poder expresar lo que la mente no siempre puede traducir en palabras.
Y en este punto, me parece importante mencionar una de las herramientas más poderosas que el Yoga posee, la respiración consciente. Todos/as hemos podido experimentar que, ante situaciones de estés y ansiedad la respiración se vuelve más corta, más rápida. Si persistimos en este ritmo respiratorio, lejos de relajarnos nos sentiremos cada vez más y más agitados/as. Y aquí es donde la respiración consciente que se practica en Yoga resulta de una ayuda inestimable. Al reconectar con un ritmo respiratorio más lento y llevar nuestra atención a nuestra respiración, el sistema nervioso se va relajando y, con ello, podemos responder a lo que está pasando a nuestro alrededor de una manera más calmada. De esta manera, la respiración consciente es una gran aliada para traernos de vuelta a nuestro centro de una manera segura y eficaz.
Otro aspecto muy valioso del Yoga como práctica de resiliencia es su capacidad de enseñarnos a permanecer con la incomodidad, a poder sostenerla. Esto no quiere decir que tengamos que aguantar el dolor, sino que la práctica nos va ayudando a desarrollar una escucha amable y compasiva ante lo difícil, por ejemplo, al realizar un âsana vamos aprendiendo a distinguir nuestro límite y a permanecer en él, respirándolo, sin huir, pero sin sobrepasarlo tampoco, para no lesionarnos. Entrenamos, una y otra vez, soltar lo que ya no necesitamos, ceder sin rompernos y saber cuándo es el momento de mantener la postura o de salir de ella. La resiliencia se va construyendo con todas estas pequeñas decisiones, repetidas una y otra vez en cada práctica. Y es esta naturaleza cíclica del Yoga la que va sembrando poco a poco semillas dentro de nosotros/as. Cada vez que volvemos a la esterilla, el cuerpo recuerda. El sistema nervioso reconoce que está en un lugar seguro y la mente empieza a soltar la necesidad de hacerlo todo “perfecto” y aprende a confiar en el proceso.
Esta repetición amable, práctica a práctica, es en sí misma una práctica de resiliencia, no porque evitemos o neguemos los altibajos de la vida, sino porque nos ayuda a crear una base estable desde la cual poder transitarlos con más conciencia. Escuchándonos y dándonos lo que necesitemos, en cada momento, como lo haríamos con nuestra persona más querida.
Por otro lado, la resiliencia no es sólo interna, sino que tiene una vertiente que se nutre de los vínculos que podemos desarrollar con los demás, así, sentir que no estamos solos/as puede ser de una gran ayuda en nuestro proceso. Asistir a clases de Yoga, talleres, retiros, puede ayudarnos en momentos en los que podemos sentirnos más vulnerables, ofreciéndonos esa sensación de pertenencia tan necesaria para el ser humano.
Para concluir me gustaría resaltar que, dado que la vida seguirá trayéndonos a todos/as momentos desafiantes, considero que es nuestra responsabilidad tratar de ir cambiando, en la medida de nuestras posibilidades, la forma en la que los vamos a ir atravesando, dado que, en muchas ocasiones, es lo único que está en nuestra mano. El Yoga nos es una fórmula mágica ni instantánea para ello, pero sí es una magnífica herramienta que nos va entrenando para estar más presentes y conectados/as para lo que la vida nos vaya trayendo.
En este sentido, practicar Yoga es como sembrar un árbol con raíces profundas, no para resistir lo que viene, sino para sostenernos con más solidez cuando llegue la tormenta. Como decía Viktor Frankl “cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. El Yoga, práctica a práctica, nos acompaña en esa dirección.