Habitar el cuerpo: el arte de los hábitos saludables
por Mayte Criado

En estos tiempos de hiper-conectividad, optimización y rendimiento, la noción de “hábitos saludables” ha sido absorbida por un discurso que tiende muchas veces a la cuantificación y al reto: pasos diarios, calorías consumidas, horas de sueño. Bajo esta mirada, el cuerpo se convierte en un objeto a gestionar y en una especie de maquinaria que requiere mantenimiento constante para seguir siendo “eficiente”. Sin embargo, esta comprensión tecnocrática de la salud y sus hábitos asociados corre el riesgo de eclipsar otras formas de habitar el cuerpo y de cultivar una vida buena y, sobre todo, con sentido.

Pensar en el yoga o en la meditación como técnicas de bienestar al servicio de la productividad es algo que se está difundiendo entre practicantes, no porque tengan la intención de eliminar su esencia como prácticas de autorrealización, sino por una simple inercia cultural que aboga por generar formas de atención, cuidado y resistencia al ritmo y al servicio compulsivo de esta sociedad postmoderna.

Sin embargo, el Yoga nos invita a habitar el cuerpo como si se tratara de un territorio sagrado o como un campo de experiencia y transformación. Este objetivo fundamental dista mucho de convertirlo en un bien más que debe servir para el funcionamiento de una vida eficiente en cuanto a la capacidad para seguir produciendo o compitiendo.

Para poder escapar del concepto de salud que se promueve con evidente reduccionismo, tenemos que considerar que estar sanos no es simplemente funcionar “correctamente”, sino ser capaces de adaptar las pautas que se van necesitando en contextos cambiantes. La vida siempre es un contexto cambiante y la salud no puede ser un estado estático, sino una capacidad creativa de integración. Los llamados “hábitos saludables” no deberían pensarse como una serie de instrucciones prefijadas o normas instituidas, sino como prácticas que emergen en diálogo con las condiciones singulares de cada persona y de cada existencia.

Lo que una cultura considera saludable puede ser experimentado por otra como innecesario o incluso perjudicial. La idea misma de “buenos hábitos” varía según las cosmovisiones que atraviesan el cuerpo y la vida. En algunas tradiciones la salud no es algo individual, sino una expresión del equilibrio con el entorno y los otros seres; para el Yoga, por ejemplo, se trata de algo consustancial que requiere armonizar el flujo de energía vital con el equilibrio a todos los niveles, individuales, colectivos y planetarios. La práctica de yoga y meditación puede abrir un espacio importante para reintegrar el cuidado de uno mismo como gesto ético y saludable, no como una mera praxis autoimpuesta.

Los hábitos saludables implican que lo cotidiano y todo lo que conlleva, se vea cuidado de modo que la persona ponga conciencia en construir su existencia de una manera digna y feliz. En este sentido, el yoga y la meditación no son simples herramientas para reducir el estrés, sino prácticas que modelan la percepción, la atención, las emociones, el cuidado de uno mismo. Se trata de educarse desde otra lógica. El Yoga, es decir, la meditación, opera como pedagogía del presente, des automatizando las formas de habitar el tiempo y el cuerpo e instaurando hábitos no porque respondan a una exigencia, sino porque reorganizan el modo en que el ser se vincula con su propia existencia y por tanto, se tornan saludables.

Pareciera que, en esta cultura, donde el tiempo se ha convertido en un bien escaso y el cuerpo en un recurso de exhibición o de producción, la lentitud y la atención casi se presentan como prácticas subversivas. Enseñan y nos entrenan para habitar la realidad; no para escapar del mundo. El cultivo del propio bienestar no depende de la utilidad del tiempo o del cuerpo sino más bien de la escucha de las propias necesidades y del desarrollo de respuestas conscientes.

Pensar la salud como arte de vivir, y no como mera prevención, implica asumir que cada cuerpo es un laboratorio de sentido de vida. En este laboratorio, la práctica de yoga actúa como una herramienta sensible que permite desplegar los propios recursos orgánicos, aún en el dolor o en la enfermedad, y nos dirige hacia hábitos que habilitan espacios donde la persona puede reapropiarse de su tiempo, de su atención, de su respiración y armonizarse con su entorno.

Lo saludable, entonces, no puede reducirse a estadísticas ni a estándares. Más bien se trata de un arte creativo e integrador. Abrir el cuerpo a otras formas de escucha, abrir la mente a otros ritmos, abrir la vida a lo inesperado, vivir con otros y con uno mismo conscientemente.