Despertar a la Vida: Yoga, Gratitud y Propósito
por Laura Cantillo

En un pueblo pequeño, perdido en la montaña, un joven farolero recorría los caminos antes de despuntar el alba. Día tras día, su ritual era siempre el mismo. Encendía con una pequeña llama cada farola que encontraba en su camino antes de que el alba despuntara. Siempre en silencio, siempre sin que nadie le prestase atención, sin reconocimiento alguno a pesar de que la gente transitaba los caminos. Abría la tulipa, prendía la llama con un gesto de devoción y seguía caminando hasta llegar a la otra farola.

Una mañana, algo cambió. Una niña que se dirigía al colegio corrió de la mano de su madre hasta el farolero, le miró y le preguntó interesada:

—¿Por qué enciendes luces si pronto llegará el día?

El farolero la miró con cariño y sonrió.

—Porque incluso la luz más pequeña puede guiar a quien aún camina en la oscuridad. Y porque cada gesto de cuidado, aunque parezca inútil, honra el milagro de la vida.

La pequeña miró el reguero de luces que el farolero había prendido a su camino y cerró los ojos imaginando cómo sería todo si estuviera en oscuridad. Desde ese día, la niña siempre le acompañaba en parte de su recorrido. No hablaban mucho, solo compartían el silencio y el ritual. Ella, simplemente entendió: no encendían faroles. Encendían presencia.

¿Qué significa vivir plenamente? ¿Qué significa vivir con propósito? En un mundo marcado por la prisa y el ruido, estas preguntas suelen quedar relegadas a los márgenes de la rutina. Y, sin embargo, siguen ahí, como una música baja que nos llama desde dentro.

Vivir con sentido no implica tener todas las respuestas. No significa haber definido una meta única o seguir un camino recto. A veces, vivir con sentido es simplemente caminar con coherencia entre lo que sentimos y lo que hacemos. Entre lo que valoramos y cómo lo expresamos.

El yoga nos ayuda a encontrar esa brújula interna. A través del silencio, de la respiración, del movimiento consciente, volvemos a preguntar: ¿qué es importante para mí? ¿Dónde quiero poner mi energía? ¿Desde dónde quiero vivir?

Y no hay una sola respuesta. Cada persona, como cada cuerpo, encuentra su verdad desde dentro.

El yoga, en su dimensión más profunda, no es solo una práctica corporal. Es un acto de presencia. Es una forma de mirar el día a día como si cada instante contuviera un significado posible. Una invitación a despertar, a habitar el cuerpo, el tiempo y la vida con conciencia.

El estudio de Ivtzan y Papantoniou (2014) nos ofrece una base científica para esta intuición ancestral. Al investigar cómo el yoga se relaciona con el bienestar hedónico (la gratitud) y eudaimónico (el sentido de la vida), los autores encontraron que quienes practican yoga con regularidad no solo mejoran su salud, sino que desarrollan una percepción más rica, más luminosa, de su propia existencia. ¿Cómo afecta esta percepción en nuestro cotidiano? ¿Cómo interfiere en el bienestar hedónico (la gratitud)?

Practicar gratitud no es fingir alegría. No se trata de negar el dolor ni de maquillar las heridas. La gratitud auténtica nace de una mirada abierta a la realidad tal como es: imperfecta, cambiante, a veces difícil, pero también llena de momentos que merecen ser honrados. Es poder decir “gracias” incluso cuando el camino no es fácil, porque en medio de lo cotidiano sigue habiendo belleza. En lo más simple: una respiración profunda, un rayo de sol que entra por la ventana, una palabra amable, un instante de silencio.

El yoga cultiva esta actitud. En cada respiración consciente, en cada movimiento que hacemos con atención, estamos entrenando una forma distinta de mirar. Nos alejamos del automatismo y nos acercamos a la presencia. Al practicar yoga, no solo estiramos el cuerpo: lo escuchamos. Y al escuchar el cuerpo, abrimos la puerta a una escucha más amplia —la del alma, la del entorno, la de la vida misma.

En su estudio, Ivtzan y Papantoniou (2014) hallaron una correlación significativa entre el compromiso con la práctica y una mayor capacidad para experimentar gratitud. No como un ejercicio mental, sino como una experiencia vivida, sentida, encarnada.

Esto sugiere que el yoga no solo nos ayuda a “sentirnos bien”, sino que transforma el modo en que nos relacionamos con lo que hay. Desarrolla una sensibilidad interna que nos permite reconocer y valorar los pequeños milagros del día a día. Y cuando la gratitud se convierte en hábito, la vida misma empieza a adquirir otro color. Se vuelve más rica, más presente, más sagrada.

¿Y si la gratitud fuera el primer paso para transformar la vida? ¿Y si no necesitáramos esperar a que todo estuviera bien para agradecer, sino agradecer para empezar a estar mejor? ¿Cómo nos conduce la gratitud a la vida en plenitud?

No necesitamos grandes gestas para vivir con plenitud. A veces basta con encender una luz. Con mirar con atención. Con escuchar sin prisa. Con agradecer lo que es. En un mundo que parece exigir siempre más —más logros, más respuestas, más velocidad—, el yoga nos susurra que la plenitud no está en alcanzar algo extraordinario, sino en habitar lo ordinario con presencia.

Habitar la vida es reconocer que cada gesto tiene valor. Que preparar una comida puede ser un acto de cuidado. Que respirar conscientemente puede cambiar el curso de un día. Que detenerse un momento para sentir el cuerpo, para escuchar el corazón, para observar el pensamiento sin juicio, es ya una forma de volver a casa.

La práctica del yoga no nos pide ser perfectos, ni tener claridad absoluta. Nos pide estar. Nos invita a hacer espacio, no para lo ideal, sino para lo real. Y en ese estar —imperfecto, a veces torpe, siempre sincero— se va revelando una comprensión más honda de lo que somos y de lo que esta vida, con sus luces y sus sombras, nos ofrece. Un entendimiento que no nace de teorías, sino de la experiencia sentida: del cuerpo que se mueve, de la respiración que se aquieta, de la mente que se abre.

Como el farolero que, sin alardes, enciende cada noche las lámparas del pueblo, podemos decidir vivir encendiendo pequeños gestos. Pequeñas luces que, sin que nadie lo note, hacen del camino algo más humano, más cálido, más verdadero. No importa cuán oscuro parezca el entorno: siempre hay algo que podemos iluminar.

Porque tal vez, vivir con plenitud no se trate de tener todas las respuestas, sino de cultivar la capacidad de estar presentes, de agradecer y de compartir esa luz. Día a día. Gesto a gesto. Respiración a respiración.

Referencia bibliográfica:

Ivtzan, I., & Papantoniou, A. (2014). Yoga meets positive psychology: Examining the integration of hedonic (gratitude) and eudaimonic (meaning) wellbeing in relation to the extent of yoga practice. Journal of Bodywork and Movement Therapies, 18(2), 183–189.