Habitar un cuerpo
por Mayte Criado

Cuando hablamos de obesidad o cuerpos grandes, solemos quedarnos atrapados en dos polos simplistas: la visión biomédica, que reduce al cuerpo a cifras y riesgos, y la narrativa del “acéptate tal como eres”, que, aunque bien intencionada, a menudo evita mirar de frente la complejidad de nuestra experiencia corporal. Entre ambos extremos, creo que el yoga aparece con frecuencia como una herramienta suave para “mejorar la movilidad”, “gestionar el estrés” o “acompañar procesos”. Para mí, esta perspectiva se queda corta.

El yoga no es solamente un método de acondicionamiento físico; es un cambio de paradigma sobre cómo habitar nuestro cuerpo, especialmente cuando ese cuerpo se encuentra en sobrepeso u obesidad. Practicar yoga con un cuerpo “grande” tampoco es una desventaja: es una oportunidad evolutiva que invita a reconfigurar nuestra relación con el movimiento, la respiración y la conciencia corporal. Estas referencias valdrían para cualquier otra situación física.

Obesidad: mucho más que un fenómeno físico

Sabemos que en general, la obesidad no es únicamente un asunto de cifras de peso o de riesgos médicos. Es una situación donde confluyen biología, historia personal, trauma, cultura y evolución. Es una expresión de cómo nos relacionamos con la energía, el tiempo, la comida y, muchas veces, con la desconexión. Para muchas personas con sobrepeso, el cuerpo se convierte en un contenedor de protección frente a un mundo que exige rapidez, eficiencia y perfección. La densidad corporal no es simplemente física; es un lenguaje que refleja años de experiencias emocionales y decisiones de supervivencia. Cada tejido, cada movimiento limitado, cada respiración contiene historia y significado. Es así para todos, en algunas personas se manifiesta con la obesidad, en otras, surgen enfermedades o patologías limitantes.

En este contexto, el yoga ofrece más que flexibilidad o fuerza: ofrece la posibilidad de escuchar y comprender ese lenguaje. La práctica consciente permite que el cuerpo deje de ser un objeto de corrección y se transforme en un espacio de aprendizaje.

El yoga como herramienta evolutiva

Practicar yoga desde un cuerpo más grande invita a la paciencia. Un cuerpo con obesidad nos obliga a desacelerar y a entender algunas variables fundamentales, como los apoyos o la distribución de las cargas, el desplazamiento del centro de gravedad y los diferenciales respiratorios. No son para nada obstáculos sino condiciones estructurales que definen una forma diferente, y a menudo más precisa, de acometer la práctica de âsana y vinyâsa.

La lentitud y la forma del cuerpo pueden enseñar presencia y bondad. Mientras una persona delgada podría experimentar la práctica como desafío físico, alguien con obesidad puede descubrir una relación completamente nueva con su respiración, sus articulaciones y su fuerza interna. Esa experiencia es profundamente liberadora.

El yoga desarrolla una flexibilidad más profunda que la física: flexibilidad mental y emocional. La comprensión de los recursos internos se vuelven componentes esenciales de la evolución personal.

El yoga adaptado para personas con sobrepeso no es un “yoga menor”. Es una estrategia para profundizar en la comprensión del cuerpo. Posturas modificadas, apoyos, detalles y secuencias diseñadas según las capacidades individuales: todas estas adaptaciones permiten que la práctica sea accesible y efectiva sin perder intensidad ni propósito. En este contexto, la flexibilidad física deja de ser un requisito y se transforma en un resultado natural de la atención y enseña que la flexibilidad más significativa es interna.

Hablamos mucho de conectar, escuchar y aceptar. Pero estos términos, repetidos al infinito, acaban funcionando como tranquilizadores conceptuales. Habitar el cuerpo implica recuperar la suficiente sensibilidad para reconfigurar la atención y reorganizar las posturas y los movimientos como una verdadera experiencia perceptiva. A veces, el juicio social resulta ser un ruido tan demoledor que muchas personas optan por el descuido y el silenciamiento del propio cuerpo. El yoga no propone aceptarse sino más bien de observar que parte de la experiencia corporal pertenece a la persona en su autenticidad y que otra parte ha sido ocupada por discursos ajenos.

Habitar un cuerpo con obesidad no necesita ser comparado con otro para generar información válida. Hay otras lógicas biomecánicas que se ponen de manifiesto en los cuerpos con sobrepeso. En un entorno obsesionado por la delgadez, la salud no debe reducirse a un número en la báscula ni al cumplimiento de estándares sociales rígidos. Surge, más bien, de la relación que cultivamos con nuestro propio cuerpo, de la capacidad de escucharlo, responder a sus necesidades y acompañarlo con respeto. Para ello, el yoga es un camino ideal porque aflora recursos internos y potenciales físicos, biomecánicos, funcionales y emocionales quizás escondidos o apartados o simplemente no vistos. La práctica consciente permite que el cuerpo hable. Habitar el cuerpo es claridad somática. Una claridad que no promete cuerpos nuevos, sino una relación nueva con el cuerpo existente.

Cada cuerpo, sin importar su tamaño o forma, merece ser escuchado y comprendido. Cada respiración consciente es un acto de respeto hacia uno mismo; cada postura adaptada, un reconocimiento de la propia historia corporal; cada práctica, un paso hacia la reconciliación interna.

Practicar yoga no puede ser un desafío físico. Nos enseña a sostenernos en lo que somos y a celebrar cada momento como un acto de evolución personal. En este sentido, el yoga no viene a corregir el cuerpo o a modificarlo como haría el ejercicio físico sin más o la dieta. Viene para habitarlo y llega para poder transformar la forma en la que nos miramos; fortalece los recursos que surgen del propio cuerpo no como objetivo en sí mismo, más bien como territorio de conocimiento. Esta es la revolución silenciosa que el yoga puede ofrecer a todos los que buscan el equilibrio que reconecta su cuerpo con una energía regulada, una mente presente y un corazón abierto.