El Profesorado de Yoga en la Actualidad
por Mayte Criado

Los profesores de Yoga no solo tenemos la responsabilidad de fomentar una relación profundamente humana con nuestros alumnos. No solo tenemos que formarnos para propiciar el respeto y la buena práctica. No solo estamos llamados a profundizar en nosotros mismos para recuperar el sentido fundamental de la vida y así ayudar a los otros a encontrarse a si mismos. También nos enfrentamos a una dificultad añadida: encontrar el equilibrio entre la intimidad de lo que compartimos y la llamada profesionalización del Yoga.

No tengo ninguna duda de que los tiempos del Yoga obligan a instalarse en esta precipitada experiencia de hacerse paso entre la vorágine del business de las nuevas sociedades capitalistas y globalizadas. Pero ¿a qué precio?

Los años y la experiencia como profesora y formadora de profesores de Yoga, unida irremediablemente a mis vivencias como emprendedora en el ámbito del Yoga, me han hecho reflexionar mucho y me han dado muchos momentos de grandes dudas, equivocaciones y errores, pero también me han dado la oportunidad de tener que aprender a conciliar un trabajo que consiste en facilitar el despertar y la transformación de la conciencia de otros seres humanos, con el hecho real e incontestable de generar ingresos por ello.

Las reglas del juego son las que son, aún así creo firmemente que pueden ser desafiadas. Deben serlo. Los profesores de Yoga debemos hacerlo desde dentro. Esta es y ha sido mi experiencia. Aún estoy en ello. Cuando atiendo a una persona o doy un curso o sostengo a un grupo, no pierdo el sentido de lo que es mi vida ni el sentido último de lo que allí se está tratando, por el hecho de acompañarme por la preocupación de si tal o cual clase o evento cubrirá los gastos o las adecuadas ganancias para que todo siga su curso con limpieza y fluidez. No. No lo pierdo. Y dar una clase de Yoga o formar a un grupo de veinte profesores o afanarme en transmitir con autenticidad y sensibilidad, con honestidad y confianza, es una situación cuya sacralidad no me exime tampoco de mi responsabilidad por valorar lo que entrego con justicia y limpieza. Tampoco me aleja nunca de mi deber de proteger el empleo y los ingresos de quienes me acompañan en el trabajo de propiciar lo necesario para que todo eso ocurra, pasando por el mantenimiento de los espacios o por la publicación de los contenidos que crean conocimiento o por su difusión en los medios y redes sociales o por el marketing que lo sostiene. Y por supuesto, no me aleja de mi actitud siempre abierta por aprender y mejorarme a mi misma para poder llevar a eso que llaman el negocio del Yoga, los valores que sus enseñanzas promueven a todos los niveles.

Es muy usual encontrar a muchos que en nombre del Yoga y de la espiritualidad, terminan justificando el anti-business, la gratuidad o el mirar hacia otro lado a la hora de que un profesor de Yoga ofrezca sus clases y sus cursos sin recibir ni un euro. Incluso hay quienes apelan a la voluntariedad del alumnado que decide el valor de lo que recibe sin ninguna responsabilidad sobre sus costes o sobre su trascendencia. Eso no es un cambio de las reglas de juego, eso es un retroceso a otro tipo de reglas de mayor oscurantismo y sospecha. Para mí, el desafío pasa por lo contrario. Es precisamente el empeño de todos por valorar justamente al profesor de Yoga, lo que hará que se genere un cambio significativo. Ya sé que está ocurriendo en otro ámbitos pero se hace necesario dignificar el oficio del profesor de Yoga con voluntad y compromiso. De esta forma, será el Yoga el que pueda cambiar la manera de conducirnos en los negocios.

En la medida en la que un profesor de Yoga valore lo que entrega y se valore a si mismo, cambiará también su relación con lo que es justo percibir por ello. Eso también educará al practicante a diferenciar entre un Yoga auténtico y uno de esos Yogas de la culturilla del consumismo y del "todo vale".