Reflexiones sobre el valor de la vida
por Swami Krishnananda

Cualquier situación de cambio importante podría desencadenar una revisión de cómo valoramos la vida. En mi caso, creo que este tema se activó más conscientemente durante la adolescencia, cuando tuve que decidir qué estudiar al ingresar a la universidad. Un día pensé: “Sí, estudiaré Psicología, porque quiero comprender la mente humana.” El paso del tiempo matizó este valor, por influencia de la propia Psicología y, más intensamente, por la filosofía del Yoga. Y entendí que lo importante era comprender y conocer mi propia mente, y que ello sería la forma más segura de comprender cualquier otro comportamiento humano.

El modo en que valoremos la vida, sin duda —según estudia la Psicología— dependerá mucho de la educación recibida y de cómo se ha ido estructurando el sentido del yo desde la niñez. En Yoga hablamos del establecimiento de vasanas, impresiones sutiles subconscientes debidas a experiencias pasadas, y samskaras, hábitos que van a modular y condicionar nuestra vida. Hasta la adolescencia es un periodo en el que el ser humano debe asimilar mucha información para construir el sentido del yo, cómo se relaciona con los demás e ir encontrando su vocación y cuál será su Dharma o misión en el mundo. Si el Yoga, y un buen maestro que lo transmita, entra seriamente en nuestra vida —y esto, en algunos casos, ya comienza en el seno familiar—, entonces aparecerán variables importantes que modulan el modo en que se valora la vida. Por ejemplo, se dice que, según la tradición, en los orígenes del Hatha Yoga se descubrió que el conocimiento y la canalización del prana o energía vital mejora la salud, alarga la vida y permite más tiempo para practicar y llegar a la realización del Ser de forma más eficaz, lo cual sería el supremo valor de la vida.

La unión entre los valores recibidos por la educación y los valores que añade el conocimiento del Yoga creó en mí una serie de expectativas sobre la vida que, al ser contrastadas con lo que realmente he ido viviendo, han ido modulando mis reflexiones sobre cómo valoro cada momento de la vida como algo tremendamente importante, de una forma que nunca hubiera imaginado. Darme cuenta de hasta qué punto despierto mi “Presencia” en todo, y cómo mi mente condicionada tiende a modular mi experiencia vital, se convirtió hace ya años en un gran valor. Cada momento de la vida se transformó en una expresión del Yoga como estado de plenitud y unión con la vida en todas sus manifestaciones, incluidas aquellas que categorizamos como sufrimiento.

El hecho de que vivimos en un cuerpo físico con sus limitaciones, y con una mente que interpreta la realidad de forma bastante condicionada, hace que ante momentos bruscos de cambio, crisis existenciales, pérdidas, fracasos, vacío emocional o falta de metas, revisemos nuestros valores.

El proceso de cambios psicofísicos desde la adolescencia hasta la vejez va desencadenando reflexiones diferentes, dependiendo de nuestro estado de salud o enfermedad, ya sea física o mental.

Entiendo que, en general, cuando tenemos cubiertas nuestras necesidades humanas básicas, muchas personas valoramos la vida como una oportunidad para ser felices y cumplir algún cometido.

A nivel de las influencias de la sociedad sobre el individuo en cómo éste valora la vida, creo que todos deberíamos darnos cuenta de cómo, en una cultura donde los valores materiales toman un lugar preferente, el llamado “disfrute de la vida” o la búsqueda de la felicidad basada en el poder material puede corresponderse con una pérdida de empatía o compasión en relación con aquellos que sufren. La importancia de esto se refleja claramente en los casos de personas que han encontrado su verdadero y genuino sentido, y un despertar de sus potenciales creativos, cuando contribuyen también a liberar del sufrimiento a otros.

Antes de reflexionar sobre el contexto del Yoga y su valor supremo, puede ser útil tener en cuenta la escala de las cinco necesidades humanas del psicólogo humanista Abraham Maslow, que, sin duda, puede condicionar lo que más valoremos en un momento dado.

Así, tenemos:

  1. Necesidades básicas, como comer, respirar o dormir para sobrevivir.
  2. Necesidades de seguridad física, económica y emocional.
  3. Necesidades sociales, como pertenecer a un grupo con relaciones de amor, amistad, etc.
  4. Necesidad de autoestima y confianza en uno mismo, y que los demás nos valoren.
  5. Autorrealización, donde se busca desarrollar los potenciales creativos que manifiestan nuestro propósito en la vida.

Maslow decía que no todos llegan a la autorrealización debido a grandes obstáculos.

Pues bien, el Yoga entra a nuestra vida para contribuir a manejar y superar esos obstáculos hacia la autorrealización.

En el contexto del Yoga, este camino de superación de obstáculos se relaciona con el Dharma, como un primer pilar que implica cumplir con nuestras responsabilidades desde la etapa de estudiantes, y luego contribuir al bienestar de la sociedad a través del trabajo o los compromisos que establezcamos con nuestro entorno.

Al vivir alineados con nuestro Dharma, encontramos un sentido de propósito personal y conexión con los demás, lo que enriquece nuestra experiencia vital y nos hace valorarla más.

Según las enseñanzas de la Bhagavad Gita, texto clásico estudiado en la formación de profesores de Yoga, la práctica del Karma Yoga se hace necesaria para que el camino de autorrealización fructifique. El Karma Yoga permite discernir entre el verdadero propósito dhármico de todas las acciones, incluidos los pensamientos, y detectar los efectos positivos o negativos de dichas acciones.

El establecimiento de buenos hábitos de alimentación, descanso y armonía con la naturaleza a la que pertenecemos —para lo cual es de gran ayuda el Hatha Yoga— nos prepara para el Raja Yoga, y así poder observar y manejar nuestra mente, adiestrándola a concentrarse en nuestros ideales y motivos profundos. El Bhakti Yoga también debe ser incluido en nuestra vida, ya que trata con las emociones que condicionan nuestra existencia y que han de ser transformadas para valorar cada vez más nuestro camino de vida y tener claras nuestras metas.

Y gracias al Jñana Yoga, integramos conceptos y reflexiones filosóficas que aclaran de forma definitiva el camino de la autorrealización, ya que, según la filosofía del Yoga, la raíz y origen de nuestros pensamientos es crucial conocerlos para comprender que la llamada Realización del Ser o felicidad que se pueda anhelar ya está en nosotros mismos en todo momento, como algo trascendente a las limitaciones y obstáculos físicos o mentales por los que pasemos.

Las variadas prácticas de Hatha, Raja, Bhakti y Jñana Yoga sin duda hacen que cada instante de la vida llegue a ser valorado de forma excelsa y trascendente, de tal manera que el valor máximo de la vida se comprende en el reconocimiento experiencial de su origen, comprobando que ya no sean necesarias más reflexiones ni búsqueda de un valor que se sostiene a sí mismo. Que cada uno, desde donde le toque vivir y realizar su Dharma, pueda llegar a esta Suprema Realización. El Ser que somos en esencia, según la tradición, es Satchidananda: Consciencia de la existencia, Sabiduría y Dicha infinita que trasciende las emociones temporales. Y la experiencia del Ser ya no necesita valoración: brilla por sí mismo y se sustenta en su propia Luz.

OM TAT SAT