Por Mayte Criado (Madâlasâ)

En Yoga, cualquier movimiento y, sobre todo, cualquier actitud del cuerpo interior (que es el primero que trabaja en una âsana imprimiendo acción y alargamiento) se acompaña siempre de la correspondiente inspiración o espiración y abarca todo el tiempo que dura la toma o la expulsión del aire. Son dos momentos en los que se vive con plena presencia.

Todo movimiento, por pequeño que éste sea, lleva inherentes todos y cada uno de los significados del acto de inspirar y espirar y, a través de su unión y de la perfecta coordinación de las dos partes, es como llegamos a la consecución del ásana (la postura) y a la inmovilidad. Llegamos así al sentido final de la respiración en Yoga. De este modo, ásana se convierte en:

  • actividad vivida desde la máxima quietud
  • apertura total en medio de una actitud de interiorización
  • ocupación con el cuerpo de todo el espacio exterior posible desde nuestro espacio interior
  • energía y fortaleza para encontrar el punto que permite la “no acción”, la entrega profunda
  • momento en el que inspiración y espiración adquieren el sentido y el ritmo de la existencia
  • conexión profunda con todos nuestros potenciales físicos y mentales
  • unidad entre cuerpo, mente y espíritu

El aire que fluye por el cuerpo es la música serena que conecta cielo y tierra, dentro y fuera, aquí y allí; es la energía que acompaña la completa quietud; es la melodía que nos permite penetrar en el profundo silencio de las cosas.

Al mismo tiempo, a cada ásana (postura) le corresponde una fuerza activa y una fuerza pasiva, una “actividad” y un “dejarse ir” (inactividad) respectivamente. La actividad hace que el cuerpo se estire, se alargue, vaya más lejos, más a fondo. La relajación o fuerza pasiva hace que nos mantengamos a la escucha. Se convierte en un «dejarse llevar» que permite que la fuerza activa haga su parte sin ningún tipo de agresividad. En Yoga, estos dos aspectos actúan en nosotros al mismo tiempo y la clave para que esta simultánea actividad adquiera su máxima dimensión es la respiración.

El aire que entra y sale del cuerpo es el puente perfecto entre «controlar y fluir», «hacer y no hacer», «activar y relajar» “masculino y femenino” “Shiva y Shakti”. En Yoga, la habilidad depende e implica la armonización de estas dos fuerzas mediante la respiración, sea automática o sea controlada por la voluntad.

Al inicio, la acción de dirigir nuestra práctica mediante la respiración se hará pensando, es decir, desde la acción inteligente. Esto siempre sucede cuando se comienza alguna actividad nueva. Hay que aprender con instrucciones precisas, lentas, repitiendo los momentos y con una elevada atención a lo que sucede. Como en todo, necesitamos aprender una técnica y tendremos que pensar cada parte por separado. A medida que avancemos, alcanzaremos la eficacia necesaria para que la mente no precise «pensar» todo lo que hacemos.

Existe un espacio vacío entre lo que la mente quiere hacer y lo que, en realidad, hace nuestro cuerpo. Esta especie de hueco entre la intención y la ejecución verdadera origina una pérdida de energía. En Yoga, este espacio vacío o hueco se cierra cuando permitimos que la respiración sustituya a la mente pensante.

La unión con la respiración es tan profunda que no existe nada más entre la ásana y el yo. Esto permite una atención total y, consecuentemente, el estado meditativo durante la práctica. La escucha del cuerpo se genera de forma que ásana, respiración y uno mismo, llegan a ser la misma cosa.

Mediante esta unión, aumenta la sensibilidad. La respiración comienza entonces a ventilar nuestro mundo de sensaciones, a clarificar y reordenar cada señal procedente del cuerpo físico o energético. Eleva nuestra capacidad de sentir. Aprender a sentir, a sentir profundamente, es una de las enseñanzas más importantes del Yoga sito web dell’azienda.

Cuando la fuerza se usa para activar alguna parte del cuerpo y, al mismo tiempo, ésta se contrarresta con el «dejarse ir» que proviene de la respiración, se produce un nuevo tipo de relajación. Normalmente, pensamos que la relajación conlleva una disminución de energía. Pero es la propia respiración la que añade un aspecto vital y dinámico al acto de relajar.

La atención en el flujo respiratorio para conducirlo al interior de la ásana (postura) es la clave de la práctica de Yoga. A través de la sensibilidad que genera la escucha y la identificación con la postura, podemos sentir si debemos estirar o flexionar un poco más o si podemos soltar y relajar alguna parte del cuerpo. La mente va cediendo al mismo tiempo que el cuerpo. La conciencia los sustituye. Ya no hay cuerpo, ni procesos mentales, ni yo: sólo conciencia, acción y abandono. La respiración nos lleva hacia el equilibrio de las fuerzas físicas e interiores. Se llega así a obtener la confianza necesaria para convertirnos en nuestros mejores maestros y guiarnos, constantemente, desde el espíritu.

Mayte Criado

Directora y Fundadora EIY